Negritud y nacionalismo mexicano. Reflexiones sobre una identidad cultural negada.

Por  Víctor Hugo Martínez Barrera.

 

“Los negros y los mulatos serán siempre un escollo terrible para la independencia de la América”[1] se puede leer en el número 6 del periódico “La avispa de Chilpancingo” publicado en 1821. Frases como esas eran denunciadas en dicho texto como una forma en que los publicistas “de ideas mezquinas de partido” concebían a la población negra dentro del naciente México; dicha frase a mi parecer, exhibe de cuerpo entero la aspiración criolla del siglo XIX por “blanquear” a la población mexicana.

Dicha aspiración por la blanquitud, encontró continuidad en la cultura mestiza del Estado Mexicano posrevolucionario que intentó por todos los medios a su alcance, dividir el país en dos grupos poblacionales (blancos y morenos) para insertar la idea de que México es desde la época de la conquista, un país de dos “razas”, negando con ello la presencia de la población negra en el “México” novohispano.

Aunque se pretenda negarlo, historiográficamente encontramos que desde el inicio del proceso colonizador, dicha población tuvo una presencia significativa; por ejemplo, los hombres que fueron capturados en el África subsahariana y trasladados a la Nueva España bajo la ignominiosa condición de esclavitud, se ubicaron en zonas de extracción minera como los actuales estados de Michoacán, Guerrero, Jalisco, Oaxaca, Zacatecas, Hidalgo y Durango, también en zonas agrícolas como Morelos y Puebla, asimismo, en zonas costeras como Oaxaca y Veracruz. Al inicio de la colonización, los precios en la Nueva España por un hombre en condición de esclavitud, rondaban entre los 300 y 500 pesos oro, lo que en ese momento equivalía a dos o más casas[2].

La edad en que las personas de origen africano eran trasladas a América oscilaba entre los 18 y 22 años de edad y su promedio de vida era de siete años más, el precio lo determinaba su estado de salud, edad y las habilidades que tuviera en el desarrollo de un oficio; las mujeres solían alcanzar un mayor precio que los hombres pero su presencia en la Nueva España fue más tardía y generalmente llegaban no para ser vendidas, sino para servir a sus amos que arribaban para ocupar cargos burocráticos.

En estas condiciones, durante el siglo XVI la población negra se desenvolvió en el contexto rural, minero y de la ciudad; la presencia de hombres era mayoritaria en el campo y las minas, mientras que en las ciudades como la de México, existió un mayor equilibrio; es en dichos contextos que la población negra comienza a interactuar en la emergente sociedad novohispana, principalmente con los indígenas, que para entonces representaban una abrumadora mayoría de la población total. Ahora bien, recordemos que en la escala social los esclavos se encontraban en el sitio de mayor inferioridad, sin embargo, ello no impidió que la población negra pudiera escalar socialmente, pues las relaciones reproductivas con indígenas y blancos era frecuente, lo que les permitió asegurar que sus descendientes tuvieran un estatus mayor al de esclavo, siendo la del mulato la de mayor nivel, al ocupar puestos de mando frente a otras castas incluidos los indígenas.

A través de dichos entrecruzamientos genéticos, la población de origen africano se insertó permanentemente en la sociedad novohispana, aportando sus particularidades fenotípicas aún visibles hoy día, no sólo en el color de piel, sino también en la forma de cabello rizado, o en el caso específico de las mujeres, la anchura de caderas.

Además de su aportación a la diversidad genética de la sociedad novohispana que luego de tres siglos produjo un vasto catálogo de castas, la población negra, también en el ámbito cultural tuvo una importante presencia, particularmente las mujeres, quienes en su mayoría cumplían labores del hogar y la familia, como cocinar y cuidar de los hijos, principalmente de familias españolas, criollas y mestizas; también fungieron como “amas de leche” o nodrizas, de ahí que al dedicarse a la crianza de los infantes, pudieron compartir algunas de sus prácticas culturales, incluidas las denominadas por la Inquisición como hechicerías, aunque estas más bien transmitidas a las mujeres adultas de las castas superiores, lo que está documentado en varios juicios donde eran acusadas de ayudar a sus amas a “hechizar” a determinado hombre para obtener su gracia en cuestión de amores.

También realizaron aportaciones musicales y dancísticas, tal vez el fandango sea uno de los casos que mejor ilustran tal circunstancia. De acuerdo a estudios lingüísticos, dicho baile que apareció en América durante el siglo XVIII, se relaciona a la población bantú, la palabra en sí misma se asocia al caos, en el sentido de baile, celebración, algarabía, etc., tal vez un concepto similar a la palabra nahua mitotl, o mitote, en su versión castellanizada; dicho baile de alguna forma se extendió hasta la Península Ibérica y de ahí a otras zonas europeas, a través de la ruta África-América-Europa, en el último de los continentes referidos, el fandango se instaló dentro de los escenarios teatrales y musicales como una expresión artística de origen ibérico que permeó en las más altas capas de las sociedades ilustradas, irónicamente, en América, dicho baile se asoció a clases desfavorecidas de la ciudad y el campo, calificándole de pecaminoso y contrario a las prácticas del cristianismo[3].

Como podemos observar, durante trescientos años la población de origen africano de la misma forma en que lo hicieron españoles e indígenas, aportó elementos culturales a la sociedad novohispana, de la cual emergería en el siglo XIX la nación mexicana; cabe reflexionar consecuentemente, qué ha llevó a las élites criollas y luego al Estado Mexicano posrevolucionario, a ocultar en los textos de historia nacional, la presencia de la negritud en la conformación de la sociedad mexicana.

La respuesta al planteamiento que hicimos desde es luego multifactorial, y no resulta posible agotar el tema en este espacio, sin embargo, presentamos algunas ideas que podrían aportar algo a la discusión.

Debemos considerar en primer lugar, que históricamente, la mentalidad occidental ha funcionado bajo la lógica de negar la alteridad o en todo caso, usarla sólo para afirmarse a sí misma. En este caso, la élite criolla y mestiza que se hizo del poder al finalizar la guerra que derivó en el surgimiento del Estado Mexicano, se asumió como el modelo al que debería aspirar el resto de la sociedad mexicana; en ese modelo, la blanquitud criolla seguía en la cúspide, así, la población negra continuó ocupando un lugar de denuesto.

Bajo la lógica occidental de vedar la alteridad, la negritud en México fue negada como un elemento fenotípico-cultural que contribuyó en la formación del país, aún y cuando la población negra participó activamente en la guerra contra el reino hispano, no olvidemos (sin caer en un positivismo historiográfico) la ascendencia africana de Vicente Guerrero, que comandó la resistencia al sur del territorio y evitó así la derrota total de la insurgencia.

Otro elemento que debe considerarse es la ideología liberal presente en la alta clase política desde la fundación del país pasando por el México posrevolucionario hasta nuestros días; dicha ideología, usa los conceptos de igualdad y civilización como parte de un discurso que diluye las identidades culturales en aras del progreso, a este último concepto se puede acceder de diferentes formas, en el siglo XIX el modelo político para el progreso era el estado-nación, en la actualidad, la idea de una sociedad universal. Bajo la lógica liberal de los siglos XIX-XX, el proceso civilizatorio sólo podría ocurrir a través de occidente, lo que implicaba la supresión de las culturas no occidentales.

La población de origen africano tuvo y tiene una presencia en la sociedad mexicana que debe ser visibilizada y reconocida como parte intrínseca la composición pluricultural del país; existen diversas parcelas de estudio entorno a la negritud en México que deben explorarse para dar voz a aquellos que históricamente se han silenciado, para visibilizar a quienes se ha pretendido borrar de la cultura mexicana, para reconocer la identidad cultural afromexicana que el nacionalismo mexicano ha negado.

La reforma al artículo 2 constitucional de agosto de 2019 con la que se reconoce a las comunidades y pueblos afromexicanos como parte de la composición pluricultural de la nación mexicana que a la par de los pueblos indígenas, tienen el derecho a la libre determinación en el ámbito social, cultural, político y económico, constituye un cambio de la postura del Estado Mexicano frente a la cuestión de la negritud y un paso más en su visibilización  y reconocimiento como cultura integrante de la nación mexicana.

[1] La avispa de Chilpancingo, Número 6. 01 de diciembre de 1821, Ciudad de México. En Caraballo Emanuel. “El periodismo durante la guerra de Independencia”. Ed. Jus. México. 2010.

[2] Cfr. Reynoso Medina Araceli. “Nuestra tercera raíz y los estudios sobre la presencia africana en México”. En Velázquez Gutiérrez María Elisa y Correa Duró Ethel (compiladoras). “Poblaciones y culturas de origen africano en México”. Ed. Instituto Nacional de Antropología e Historia. P. 93. México. 2005.

[3] Ochoa Serrano Álvaro. “Afrodescendientes sobre piel canela”. Ed. El Colegio de Michoacán, A.C., Pp. 129-131. México. 1997.

 

Fuentes:

Caraballo Emanuel. “El periodismo durante la guerra de Independencia”. Ed. Jus. México. 2010.

Guedea Virginia. “Textos insurgentes (1808-1821)”. UNAM. México. 2010.

Ochoa Serrano Álvaro. “Afrodescendientes sobre piel canela”. Ed. El Colegio de Michoacán, A.C., Pp. México. 1997.

Velázquez Gutiérrez María Elisa y Correa Duró Ethel (comp.) “Poblaciones y culturas de origen africano en México”. Ed. Instituto Nacional de Antropología e Historia. México. 2005.

Zaid Lagunas Rodríguez. Población, migración y mestizaje en México: época prehispánica-época actual. Instituto Nacional de Antropología e Historia. México 2010.

 

Víctor Hugo Martínez Barrera

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Se formó como abogado en la Facultad de Derecho de la UNAM y, como historiador, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sus líneas de trabajo son el Derecho Constitucional, los derechos de los pueblos indígenas y el periodo posclásico mesoamericano.

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