La cultura constituye un espectro tan amplio que abarca prácticamente todas las actividades del ser humano: la forma en que las múltiples sociedades resuelven sus necesidades de vestimenta, alimentación, vivienda, recreación, etc., produce al mismo tiempo innumerables expresiones culturales y el futbol es una de ellas, poseyendo como pocos deportes, la característica de alcanzar proporciones de nivel global.
Entorno a él existe toda una cultura observable desde su dimensión microscópica como por ejemplo, en las reglas no escritas del futbol callejero el cual, puede jugarse con cuatro pedazos de tabique y un balón (que en el peor de los escenarios es un envase de refresco vacío), hasta en eventos de talla internacional donde retumban los coliseos modernos con los cánticos de las hinchadas o el aliento de los espectadores, sitios en que por cierto, convergen multiplicidad de culturas y a veces también, las sociedades se confrontan.
En México esa cultura tuvo sus primeras expresiones a nivel nacional desde los olímpicos del 68 y los mundiales del 70 y 86 (aunado a que en el 59 se consolidó la rivalidad entre rojiblancos y azulcremas), pero su época de bonanza deberíamos ubicarla del año 2000 al 2016, periodo en el que convergen diversos elementos o indicadores que fueron de la mano con el crecimiento comercial del futbol mexicano.
Estos indicadores aparecen luego de una loable participación de México en el mundial de Francia 98 donde por 75 minutos, la selección y el país entero vivieron la inimaginable gloria de estar eliminando a una potencia tricampeona del mundo como Alemania; también, después de alzar la Copa Confederaciones al vencer a Brasil en el Azteca por un dramático 4 a 3 en aquella noche mágica de agosto del 99, uno de los escasos triunfos del tricolor a nivel internacional.
Los indicadores a que nos referimos consisten en una mayor presencia del jugador mexicano en Europa, siendo protagonistas y no sólo “calientabancas” en equipos de las ligas top 5 del continente; otro indicador es el fin del duopolio América-Chivas en cuanto a captación de aficionados, que permitió el fortalecimiento de equipos locales dando a la liga un mayor nivel de rivalidad; asimismo, la competitividad de México en Sudamérica llegando siempre a instancias finales tanto a nivel de clubes como en Copa América; también, pasar del “chiquiti-bum-a-la-bim-bom-ba”, a la consolidación de barras de futbol que dotaron de color y mayor nivel de pasión que la vivida hasta entonces en nuestro país circundante a dicho deporte; otro factor más fue la consecución de la medalla dorada frente a Brasil y los mundiales conquistados en selecciones inferiores.
No es que antes del 2000 no existiera un interés de la sociedad por el futbol, sino que es a partir de ese año que por los indicadores señalados y otros que por cuestión de espacio se han omitido, que el deporte cobró una relevancia a nivel nacional, con lo que se produjo una cohesión social cada vez que la selección saltaba a la cancha provocando llenos absolutos tanto en México como en Estados Unidos (sin importar si se jugaba contra una potencia o contra Islas Guadalupe en un partido de práctica), produciéndose entre la sociedad un orgullo por los primeros éxitos del futbol mexicano, además de que las ilusiones siempre segadas por el “ya merito”, ahora se trocaban cada vez más plausibles.
Durante esta etapa la selección mexicana logró llenos totales en estadios mexicanos y gringos con un desbordante éxito en taquilla y aquí es donde viene lo interesante.
En el año 2002, la Federación Mexicana de Futbol celebró un contrato con la empresa Soccer United Marketing, en el que se garantiza a la Federación un ingreso de 2 millones de dólares por partido jugado, mientras que la empresa se quedaba con 7 millones de dólares o más, ya que en promedio un partido del tri en tierras del vecino del norte producía hasta hace poco un promedio de 9 millones de billetes verdes, siendo que dicho contrato obligaba a la selección a jugar por lo menos 5 partidos al año en E.U.A., más los correspondientes torneos de CONCACAF siempre celebrados en aquel país; ahora podemos entender por qué tantos partidos contra selecciones provenientes de cualquier isla extraviada en el caribe americano, o contra el cuadro “b” de Islandia, Paraguay o Nueva Zelanda. Con esos datos, ahora saque usted sus propios números.
En tiempos recientes ese escenario de estratosférico éxito comercial se ha modificado (al fin), la selección que en otros tiempos reventaba los estadios con llenos totales registró en septiembre de este año una asistencia que no superó promedio de 33%, ¿Qué le está pasando a esa mina tricolor que parecía inagotable? Aunque podría parecer que se trata de una caída momentánea del negocio y muchos piensen que, con el ímpetu del mundial a celebrarse en 2026 aquella mercancía llamada selección nacional mexicana retomará o incluso superará sus niveles de venta, vislumbro un panorama mucho menos favorable.
Hay que decir, por cierto, que curiosamente la Soccer United Marketing también era la promotora de la selección estadounidense hasta el año 2023 y continúa siendo la comercializadora-promotora de la Major Ligue Soccer. Sí, de la liga gringa, así el cinismo.
Como lo mencioné desde el inicio de este artículo, el futbol en su dimensión cultural sirvió de punto de cohesión para la sociedad mexicana concluyendo ese auge en 2016 y por ahora no parece que pueda ocurrirle otra cosa más continuar su declive. Dicha anualidad sirve como referencia para ubicar un punto de quiebre, pues fue la última Copa América a la que México acudió como fruto de un acuerdo directo con la CONMEBOL, dejando de participar también por esas fechas en las copas Sudamericana y la Libertadores. Previo a ese año, ya se habían suscitado muestras de inconformidad y alejamiento entre la selección y su afición; tal vez la más grave ocurrió en las eliminatorias de 2013 cuando México se colocó en el riesgo real de quedarse sin mundial, sólo la portentosa chilena de Raúl Jiménez frente a Panamá abrió una brecha de esperanza para que en repechaje se pudiera arrebatarle a Nueva Zelanda el boleto al mundial. Sí, ¡a Nueva Zelanda, en repechaje!
Otros factores de este declive son los rivales cada vez más prosaicos con los que federación y empresa vaciaban los bolsillos de nuestros hermanos migrantes en EUA: matches con equipos que rayaban en el semi-profesionalismo comenzaron a abriles los ojos para darse cuenta que la añoranza de sentirse un poquito cerca de su tierra a través del futbol, sólo era usada para inflar los bolsillos de dichas entidades.
También las constantes y ridículas derrotas en torneos oficiales frente a rivales del área, pero principalmente ante los Estados Unidos, produjo un desaliento entre el público de origen mexicano en aquel país, sobre todo para las nuevas generaciones que nacieron y crecieron totalmente imbuidos en la cultura estadounidense, separados de México por al menos tres generaciones; es decir, de forma similar a la que los afroamericanos se identifican totalmente con las barras y estrellas más que con las generaciones de africanos que les precedieron, el sentido de pertenencia de la estirpe méxico-estadounidense de generaciones recientes, se vincula más con Estados Unidos que con México. Bajo la lógica de sentirse mayormente identificados con la cultura estadounidense, debemos recordar que si algo no les gusta a los gringos es perder: su mentalidad es la de ganar, ganar y ganar y, por antonomasia, nunca jamás estar entre los perdedores.
El alejamiento físico de la selección respecto del país que representa, naturalmente que ha producido un desgaste con la afición residente en México, considerando además la nueva oferta deportiva (y recreativa en general) que se ofrece a las generaciones post-centenial, para las cuales el futbol no es parte relevante en su vida marginándolo así de su cultura.
Las decisiones deportivas que causaron mella en el nivel futbolístico como eliminar el ascenso y descenso, torneos donde avanzaban a una segunda fase 12 de 18 equipos, alejarse Sudamérica y dejar de enfrentar a selecciones como Brasil, Argentina o Uruguay y sus sendos clubes locales podría dar para todo un artículo; baste decir aquí que priorizar el negocio y el espectáculo a costa de la calidad del futbol, es otro factor en su declive como parte de la cultura deportiva mexicana que comparte espacio con el box y la lucha libre.
La imagen pletórica de un Estadio Azteca de pie entonando el himno nacional junto con los once verdes en la cancha previo a enfrentarse con todo pundonor al equipo que le pusieran enfrente, distan mucho de volverse a ver al menos en corto plazo, por ahora en México lo que hace que gire el balón no es el amor a la camiseta, tal vez ni siquiera el amor al futbol, sino al dinero, de ahí que actualmente a la cancha salten los mexicanos al grito de dólar y no al grito de guerra (en un sentido deportivo claro está).
Si bien el negocio del futbol aún les da margen de ganancias para un buen rato, ahora mismo se encuentra en declive; la F.M.F. se verá forzada a retomar el nivel de competencia, los “curitas” y remedios caseros ya no son suficientes, se requiere de cirugía mayor ante el grave daño que le han hecho al futbol, un daño más profundo de lo observable a simple vista.
Víctor Hugo Martínez Barrera
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Licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho de la UNAM.
En proceso de titulación como historiador por la Escuela Nacional de Antropología e Historia con la tesis “Moctezuma y Quetzalcóatl: su función escatológica en el Libro XII de la Historia Verdadera de las Cosas de la Nueva España”.
Sus líneas de investigación son el Derecho Constitucional, los derechos de los pueblos indígenas y el periodo posclásico mesoamericano.
Referencias.