Mercantilización de la cultura popular: el mezcal se viste de frac

Existen tantos venenos para generar conversaciones incluso con uno mismo cuando las ideas no fluyen, que no podemos afirmar cuál de todos es el mejor: café, tequila, el whisky que se bebe con los amigos, un amargo mate, la fría cerveza o el ardiente mezcal entre tantos otros. Elija usted su veneno favorito, pero recuerde que el elíxir seleccionado, dirá bastante de su contexto cultural; incluso, elegir más de uno, hablará de su contexto.

Insisto en lo infructuoso que sería enclaustrarnos en el balancín del maniqueísmo para intentar determinar cuál es mejor o peor, cuál es bueno o malo; finalmente, de ciertas bebidas como de ciertas personas, uno suele engancharse así porque sí, sin mucha lógica, a veces sin importar si esa persona es dulce como un pulque curado, fría como la cerveza, amarga como el mate o si se deja besar de a poquito como el mezcal para no hacernos perder la cordura.

De esta última bebida hablaremos hoy por ser de raigambre popular y haber escalado en tiempos recientes a las mesas de los consumidores gourmet. Dicho fenómeno sin duda alguna nos parece interesante.

Aunque algunas investigaciones sugieren que el mezcal tiene origen prehispánico y otras que su elaboración comenzó durante el virreinato, ciertamente la proliferación de dicha bebida está registrada en copiosos documentos del siglo XX a lo largo del cual, su elaboración transitó de un proceso artesanal a industrial.

Por su bajo costo, durante décadas el mezcal gozó de un asiduo consumo entre las clases populares de manera que, junto al pulque, el tequila y la cerveza, formó parte del grupo de bebidas que contrastaban con el vino o el whisky, asociados a los sectores acaudalados de la sociedad mexicana. Ese vínculo entre el mezcal y lo popular no se trata de un simple estereotipo si no que correspondía con la realidad material por ser una bebida alcohólica al alcance del ingreso económico de los sectores desfavorecidos durante el siglo XX y la primera década de nuestra actual centuria.

Dicha realidad comenzó a transformarse más o menos en el año 2013 cuando la demanda de esta bebida espirituosa registró un crecimiento generando así buenas expectativas a los grandes productores quienes desde la década de los 90’s, habían impulsado la creación de un marco regulatorio donde se especificaran las medidas que debe cumplir su producción, envasado y comercialización, lo que de hecho se materializó en la Norma Oficial Mexicana NOM-070-SCFI-1994; con esta disposición se daría un primer paso para el control de calidad del mezcal y al mismo tiempo, el banderazo de salida para fortalecer su competitividad en el mercado del alcohol. 

No hay duda del avance del mezcal en los mercados: para el año 2012 la producción nacional era de 1.05 millones de litros y tan solo en diez años pasó a 14.16 millones de litros; sin embargo, con el éxito de su comercialización vino un aumento significativo en su precio, pasando entre el 2013 y 2023 de un costo promedio de 87 pesos por botella a los 518, lo que se traduce en un incremento del 495% en su precio. Pero el fenómeno del mezcal ha ido más allá del aumento de su precio promedio, ya que ha escalado hasta las mesas de los consumidores gourmet compitiendo con otras bebidas de categoría premium; el mezcal que antes aliviaba las penas de obreros y campesinos ahora se viste de frac.

Es importante cuestionarnos qué factores influyeron para que desde un punto de vista metafórico, esta bebida consiguiera mayor movilidad social que sus consumidores iniciales, pues resultaría bastante irónico que su precio llegara a un nivel promedio que resulte inaccesible para los sectores sociales que lo mantuvieron activo en el mercado de las clases populares durante poco más un siglo; reza el dicho que “para todo mal mezcal y para todo bien también”, pero con el alza de precios podría ocurrir que las clases populares abandonen el consumo de dicha bebida saliendo así de su entorno cultural y busquen una alternativa que corresponda a su nivel de ingresos.

Este fenómeno socioeconómico en el que un producto, lugar o práctica de la cultura popular es sometido a un proceso de mercantilización se ha venido suscitando con mayor frecuencia en tiempos recientes, por ejemplo: dentro del género de la cumbia antes tan estigmatizado por tocarse en las fiestas de los barrios y colonias populares, ahora incursionan cantantes provenientes de la música pop y puede ser escuchada en fiestas de sectores sociales de mayores ingresos, algo impensable hasta hace unos años; lo mismo pasa con los hoy denominados pueblos mágicos infestados de turistas nacionales y extranjeros que sumados a las agencias de viajes, inundan las redes sociales de fotos y videos que terminan por trivializar tantos sitios que otrora fueran destino vacacional de ciertos sectores populares, y ya no hablemos del consumo de plantas como el peyote, que se ha convertido en una actividad superficial e individualista que sólo cumple la función de complementar otras de adicciones, trastocando el sentido cultural y religioso que diversas culturas indígenas le asignan al consumo de dicha planta.

El hecho de que un lugar, producto o práctica dependa del mercado para que pase de la ilegalidad a la legalidad, o de ser socialmente repudiable a socialmente aceptada, habla mucho de la cultura de consumo que predomina en las sociedades occidentales donde aquello que puede ser comercializado además de recibir un precio para su venta en el mercado obtiene a su vez un valor social que legitima su existencia; es un sistema donde todo lo que tiene un valor económico (aun si es sólo en potencia) debe ser convertido en mercancía sin importar si se trata de una tradición o práctica cultural, así también se inician los procesos de apropiación cultural. En contraste aquello que no se puede vender, da igual su subsistencia o desaparición.

El caso del mezcal es paradigmático, ya que en una sola década alcanzó una posición importante en el mercado de los destilados y del alcohol en general, alcanzando en el 2022 una venta de más de 6 millones de litros a nivel nacional y 8.5 para la exportación, cuyo 73% va a los Estados Unidos de América. Al menos hasta ese mismo año, el Maguey Espadín protagonizó el mundo del mezcal ocupando un 81% del mercado; el Tobalá sólo alcanzó el 1.5%.

Cabe mencionar que si bien Oaxaca ha sido llamada “La capital del mezcal”, dicho Estado de la República no es el único productor: también lo son Durango, Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Puebla, San Luis Potosí, Tamaulipas y Zacatecas, aunque el estado de la Guelaguetza concentra el 75% de la producción nacional.

El mezcal cuenta con denominación de origen lo que en principio protege su producción bajo ciertos estándares tradicionales, sin embargo, ante la creciente demanda es posible que determinadas características vayan cediendo a la presión de la demanda y las jugosas tasas de ganancias. Un primer efecto de la mercantilización puede verse reflejado en que para el 2023 existían ya 440 marcas de mezcal, pero tan solo diez empresas concentraban el 80% de la producción.

La mercantilización de la cultura popular implica un avance en el despojo de las identidades colectivas para ponerlas al servicio del capital, diluyéndolas en el ideal globalista de una sociedad del consumo, del sujeto reificado con una identidad volátil. 

Víctor Hugo Martínez Barrera

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Se formó como abogado en la Facultad de Derecho de la UNAM y, como historiador, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sus líneas de trabajo son el Derecho Constitucional, los derechos de los pueblos indígenas y el período posclásico mesoamericano.

Fuentes:

https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/Cemmez-exhorta-a-la-conservacion-de-los-mezcales-tradicionales-20240205-0036.html

https://www.elfinanciero.com.mx/empresas/2023/10/20/dia-del-mezcal-2023-asi-fue-como-incremento-su-precio-hasta-6-veces-en-10-anos

https://imparcialoaxaca.mx/economia/811417/el-mezcal-solo-para-pudientes-su-precio-aumenta-6-veces-en-una-decada

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