El cine como otras expresiones artísticas posee una dimensión social que permea en las mentes humanas, de ahí que la producción cinematográfica no pueda mantenerse aislada del uso político que es posible hacer de la misma; estados nacionales, factores reales de poder y sectores de izquierda, han usado el “séptimo arte” para difundir su ideología, o bien, para mermar la legitimidad de sus adversarios.
Aunque el cine mexicano no sea una excepción y por lo tanto, no podamos afirmar que se haya mantenido al margen de la política, lo cierto es que ha tejido su historia propia; desde los primeros filmes a finales del siglo XIX que retrataban la vida cotidiana del país cuando todavía eran tiempos de “Don Porfirio” hasta esta segunda década del siglo XXI, en que la producción nacional ha privilegiado el género de la comedia y novelas románticas, y ha tenido que competir al mismo tiempo con nuevos medios de producción cinematográfica y formatos de arte visual, como son las plataformas digitales y las series de corta duración.
En este espacio nos referiremos a un periodo específico en la historia del cine mexicano conocida convencionalmente como “Época de Oro del Cine Mexicano” que abarca de 1936 hasta mediados de la década de los 50´s, cuando las grandes estrellas del cine mexicano comenzaron a abandonar este sitio profano, para ocupar un lugar en el firmamento de la eternidad.
El inicio de esta época lo marcan dos icónicas cintas: “Vámonos con Pancho Villa” y “Allá en el Rancho Grande”, sin embargo, es en 1939 durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, cuando el Gobierno Federal se involucra por completo en la industria del cine al que considera un medio funcional para difundir la ideología del Estado Mexicano emanado de la revolución.
Para cumplir sus fines, el gobierno creó la Financiera Cinematográfica Nacional de la cual era socio mayoritario al poseer el 51% de las acciones, dejando el 49% restante a productores particulares, controlando así, lo que se exhibía y no se exhibía en las salas; hecho que al mismo tiempo, explica por qué en las películas producidas en ese periodo preponderan temáticas como la vida del charro, las odiseas de justicieros locales que luchan en contra de caciques, el calvario de indígenas y campesinos víctimas de abusos de los poderosos a causa de su ignorancia, melodramas que retratan la vida de los nacientes suburbios surgidos con la expansión de las ciudades y las oleadas migratorias del campo a la ciudad, es decir, aquellos tópicos en los que al Estado Mexicano le interesó incidir sobre la mentalidad colectiva.
El vasto y excelso cúmulo de películas producidas durante esa época cumplió, en su contexto, una importante función social e indubitablemente posicionó al cine mexicano en la mirada de la cinematografía internacional, creando, ante los ojos del público extranjero, una imagen de México y la idiosincrasia de sus habitantes; sin embargo, esa representación de la mexicanidad creada desde una industria cinematográfica financiada por el Estado, con el tiempo transmutó en una serie de estereotipos que de una u otra forma se incrustaron en la cultura mexicana.
Uno de esos estereotipos es el del macho mexicano, representado típicamente por el charro, hombre de a caballo, parrandero y mujeriego como en “Los tres García” o en “Enamorada”, a veces también personificado en el hombre de rancho como Don Cruz Treviño en “La oveja negra” o Pedro Malo y Jorge Bueno en “Dos tipos de cuidado”. Este estereotipo incide en la formación de la idea de que, el mexicano para ser mexicano, debe ser un habitual consumidor de alcohol y exhibir comportamientos envalentonados y de bravuconería.
Por otro lado, el estereotipo del indio que nos presenta la mayoría de las películas del cine de oro deambula entre dos extremos: uno, el del ignorante pero noble indio como José María en “Maclovia”; o Tizoc y Macario, en las películas de homólogos nombres, el segundo, la turba enardecida que, furibunda, lapida hasta la muerte a María Candelaria. En ambos supuestos, ya sea como un ser noble o furibundo, el indio es representado como un sujeto presa de sus sentidos y emociones pero nunca como un ser racional, como alguien sensible a la naturaleza y ligado a la misma, pero al mismo tiempo capaz de cometer las mayores atrocidades cuando su ira irracional le desborda. La asociación del indio con la ignorancia y una mágica e innata conexión espiritual con la naturaleza y el cosmos, son prejuicios que siguen bastante vivos en la sociedad mexicana, aunque a veces de manera silenciosa e hipócrita.
La mujer también fue representada en el cine dorado de México, la mayoría de las veces como la mujer abnegada ligada al hogar, ya sea como abuela, interpretada tantas veces por Sara García La abuela de México, esposa o hija, ejemplo de estas últimas abundan en “Nosotros los pobres” y también en filmes situados en contextos indígenas-rurales como “Ánimas Trujano” o “Yanco”; de ahí el estereotipo de “marías” a las mujeres que presas del hogar y en ocasiones tambien de la pobreza, carecen de una formación académica y sufren violencia, tanto en el ámbito urbano como rural. No podemos omitir que el cine de oro también dio vida a personajes de mujeres que contrastan con el arquetipo antes mencionado, ya que también nos presentó a féminas indómitas como Doña Diabla en la persona de María Félix u otras de aire superficial como Mané,interpretada por Silvia Pinal en “El inocente”; también de la vida galante como Mercedes en “Salón México” personificada por Marga López.
Sin duda la Época de Oro del Cine Mexicano marca un esplendor cinematográfico para el país al margen de los estereotipos que pueden haber surgido del mismo (voluntaria o involuntariamente) y que han sido reproducidos dentro de la cultura mexicana. La gama actoral que surgió durante ese periodo, las incomparables cintas que abarcaron toda clase de género cinematográfico, así como la proyección y aceptación de las mismas a nivel internacional, marcan un hito en la historia del cine mexicano que no sólo abarcó el periodo de la segunda guerra mundial como erróneamente se piensa, sino que fue un periodo de poco más de dos décadas en que a mi muy articular punto de vista, México y el mundo, vieron el surgimiento del mejor cine nacional, del que hoy día, sólo queda un bello y nostálgico recuerdo.
Fuentes:
Ramírez Mario Teodoro. “Estadios de la otredad en la reflexión filosófica de Luis Villoro”. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
https://www.gob.mx/agn/articulos/agnresguarda-documentos-de-la-epoca-de-oro-del-cine-mexicano
https://www.youtube.com/watch?v=QmLQFAuvZxI
Víctor Hugo Martínez Barrera
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Se formó como abogado en la Facultad de Derecho de la UNAM y, como historiador, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sus líneas de trabajo son el Derecho Constitucional, los derechos de los pueblos indígenas y el período posclásico mesoamericano.