En la última entrega hablaba acerca de la complicada situación que enfrentan en México los artistas, en general. No sólo por el demérito del que normalmente es víctima esta noble ocupación, con frases como a las que hice alusión: “Estudia una carrera de verdad”, “De eso morirás de hambre” o “Además de ser artista ¿A qué te dedicas?”, sino también por la desventaja laboral que se vive día a día en el gremio, desde optar por el arte como segunda fuente de ingresos, hasta la precarización laboral a causa de la informalidad, el nepotismo y el influyentismo.
Al consultar la opinión de varios colegas sobre el contenido de “La vida del artista: dos caras de la misma moneda”, surgieron diversos temas muy interesantes que dieron pauta para que escribiera la segunda parte, que ahora les entrego con mucho gusto, como primer trabajo de este flamante y recién nacido 2022.
Entre las tantas ideas que me dieron como retroalimentación, mi querida amiga Lore Ruiz (De quien pueden conocer un poco en la entrega “Lorena Ruiz: Entre sonidos, cine mudo y algo más”) me sugirió enriquecer la primera parte con una reflexión sobre la empatía de la sociedad con nuestro gremio, lo cual me pareció relevante por las razones que a continuación les comparto.
Los males de los que hablé son ampliamente conocidos, no solamente por los artistas, sino por la sociedad, en su sentido más amplio. No obstante, existe un problema subyacente que, en cierto sentido, resulta irónico. Me refiero a la indiferencia o falta de empatía con la que frecuentemente el círculo más cercano de los artistas, recibe o trata su trabajo. Me explico.
A diferencia de otras profesiones u oficios, sin llegar a comparaciones fuera de contexto, el trabajo artístico independiente, incipiente o de bajo perfil, difícilmente tiene acceso a grandes medios de publicidad, financiamiento y foros adecuados para dar a conocer el trabajo que hay detrás de una obra de teatro, una pintura e incluso de las composiciones de una banda de rock. En este sentido, es natural que la primera línea de invitados a este tipo de eventos, sean familiares, amigos y conocidos, y que los recintos disponibles sean inadecuados; comercios, por ejemplo. De lo anterior se desprenden dos situaciones comunes que, de cambiar, mejoraría considerablemente la situación de los artistas.
La primera deriva de la jerarquía de prioridades y asignación de recursos (no solo económicos) que hacen las personas, en las que el trabajo de un artista no figura o se encuentra en último orden. Si bien las personas más cercanas son quienes normalmente acuden a las muestras artísticas, el aforo disminuye notablemente cuando en un evento, físico o virtual, existe un precio de por medio, ya sea cuota o donación (por mínimo que sea), lo cual se complica aún más si se trata de personas sin ninguna relación con el autor y/o ejecutante; además de que el vínculo artista-espectador, quizás por la cercanía/lejanía de la relación, difícilmente trasciende a un evento; en términos simples, es sumamente complicado crear seguidores, fans, admiradores, o la palabra que mejor se ajuste. Asimismo, hablando de los medios actuales, el apoyo expresado, en muchas ocasiones, se limita a una reacción, likes, por ejemplo, o compartir sin seguimiento los trabajos en cuestión. En suma, ante la informalidad laboral y la consecuente intermitencia de las percepciones económicas, este primer aspecto tiene alto impacto, ya que constituye un círculo vicioso entre publicidad, alcance y la dificultad para generar ingresos.
El segundo aspecto, mucho más conocido pero no menos importante, se relaciona con los foros en los que se presenta el trabajo de los artistas quienes, a cambio de difusión y por el difícil acceso a espacios apropiados, se ven obligados a recurrir a comercios (incluyendo bares, restaurantes…etc.), parques y, más recientemente, a plataformas digitales, con la esperanza de lograr un mayor alcance y, por ende, mejores oportunidades para desarrollar su arte; sin embargo, en este punto converge el primer aspecto mencionado, es decir, la falta de ingresos, aforo y/o visualizaciones, por lo que, considerando le necesidad de hacer uso de un recinto inadecuado o un perfil digital de baja proyección, se crea una tormenta perfecta que agrava aún más el problema. Aunado a ello, es insoslayable el hecho de que, en algunas ocasiones, las condiciones bajo las cuales el propietario del lugar acepta la realización de algún evento, llegan a ser desventajosas, ya que los artistas, bajo ciertos escenarios, incluso llegan a perder dinero, como sucede con la mala práctica de venta de boletos a cambio de una función, concierto o exposición.
En este contexto y después de la reflexión, extiendo la invitación a las personas a que pongan su granito de arena para cambiar esta situación ¿Cómo podemos lograrlo? Compartiendo el trabajo de los artistas que conozcan, consumiendo sus obras de teatro, canciones, pinturas, fotografías, al igual que como se paga una consulta médica, un corte de cabello, manicure o incluso el trabajo de otros artistas encumbrados en la fama, aun cuando llega a ser muy costoso. La función que desempeña el seno social de los artistas es fundamental para su desarrollo, ya que constituyen, como he mencionado, la primera línea de difusión y, en la medida que contribuya con dicha función, será el grado de consolidación que logren los creadores de las manifestaciones más puras de la esencia humana.
Aunque las problemáticas expuestas sólo afectan directamente a los artistas, lo cierto es que nadie es ajeno a cuestionarlo, a ser un factor de cambio que coadyuve no solo a crear mayor conciencia y mejores oportunidades que justamente merecen las personas que entregan su vida al arte, sino construir un verdadero activismo social impulsado por la nobleza de las emociones y sentimientos que, reitero, tanta falta hacen en estos tiempos. El arte es inherente a la humanidad y, como cualquier patrimonio, debe preservarse, cuidarse y difundirse, desde el anónimo hasta el de los grandes genios.
¡Que viva el arte!
EDUARDO VILLALOBOS
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Licenciado en derecho y licenciado en economía graduado con mención honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México; es músico egresado de la Escuela de Iniciación Artística número 1 del Instituto Nacional de Bellas Artes, y autor del poemario “Cartas a la Lluvia”. Actualmente, es maestrando en finanzas, por la Universidad del Valle de México.
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