La vida del artista: dos caras de la misma moneda.

Por Eduardo Villalobos

A propósito del día del músico y las bendiciones de Santa Cecilia, a diferencia de otros artículos, hoy quiero escribir algo diferente, algo desde mi perspectiva, respecto de lo que es dedicar una parte de la vida al arte; desde la verdadera pasión y entrega que esto significa, hasta las dificultades que se viven en el medio, particularmente cuando una gran parte de la sociedad es ajena e incluso indiferente, lo cual hace que la noble labor de los artistas enfrente condiciones que más que un reto, en muchos casos, es una desventaja, sin que esto merme el resultado de un arduo trabajo, es decir, una enorme sonrisa en el corazón, a causa de la satisfacción que ocasiona un aplauso, la ovación y el reconocimiento a largas horas de esfuerzo y preparación. Aclaro que no romantizo las malas costumbres de creer que los artistas subsisten de promoción y no con dinero; solo pretendo magnificar la experiencia y dicha que algunos tienen de vibrar con las manifestaciones más sublimes del alma. Por tal razón, hoy les comparto mi visión sobre dos caras contrastantes de ser artista.

En mi opinión, el arte existe por la profunda necesidad de los humanos de crear aquello que es difícil de describir, o cuyo mensaje sería imposible de entregar en condiciones cotidianas, como el ensueño que da el enamoramiento, la morriña de la distancia imaginaria que se crea entre los difuntos y quienes seguimos en la tierra, o incluso realidades alternas que no podrían existir de otra manera. En diferentes palabras, el arte le da voz al silencio que ocasiona la abstracción. Es un lenguaje universal que, en la subjetividad, dota de pleno sentido a los misterios que emanan de la complejidad del ser, en el sentido que Martín Heidegger lo concebía, como esencia de la existencia.

Durante los años que he explorado el arte, he notado que hay una tónica constante en las diversas vertientes, y no es otra que la entrega revestida de amor y pasión a algo que va más allá de un pasatiempo o un empleo. El arte deja de ser un satisfactor para convertirse en una necesidad que debe ser cubierta en dos sentidos. El primero de ellos, hacia el interior, como una catarsis permanente y mutable, cuyo movimiento se convierte en un lenguaje dialéctico entre el artista y su realidad. El segundo, no menos importante, hacia el exterior, es decir, lo que se transmite a otras personas con la expectativa de alcanzar la trascendencia (entiéndase en un sentido no comercial) a través del flujo natural de las emociones que nacen de la apropiación que estas hacen, a partir de sus circunstancias individuales.

En suma, aunque parece cliché, una variable explicativa del arraigo de los artistas a su arte (llámese música, teatro, danza, etcétera), es la libertad de expresión en un sentido amplio y profundo, que nada tiene que ver con un derecho constitucional, sino con un aspecto casi metafísico. Es por ello que un aplauso o su símil de reconocimiento, genera una satisfacción inexplicable pero que funciona como el incentivo perfecto para no claudicar por más complicado que se muestre el contexto. Con ello me refiero a la capacidad del artista para transformar la cotidianidad, adversa o no, en obras cargadas con fines estéticos.

Así, la frase coloquial de hacer algo por amor al arte, toma un sentido totalmente diferente pues, en efecto, es tal sentimiento el que alimenta la inspiración que permite transmutar lo incomprensible en algo mucho más abstracto que, sin necesidad de explicaciones, cumple con su cometido cuando llega a su destinatario.

No obstante, en este punto surge el contraste al que hice referencia líneas atrás, ¿Cómo es que una tarea tan noble y compleja puede ser una desventaja? Aclaro. Al menos en nuestra sociedad, que es de la que puedo jactarme de conocer, aunque sea muy poco, el reconocimiento del trabajo del artista está prácticamente desvinculado de su valor real, ya que, por estructura educacional y quizás hasta cultural, el arte es una rama optativa, cuya importancia se relega a un pasatiempo e incluso se cataloga como una subocupación. En este sentido, la misma frase coloquial, se vuelve tristemente cierta. Se hace por amor al arte.

Los artistas, con todas las virtudes que les rodean, enfrentan fuertes problemas que derivan de la desvalorización del arte, como pieza esencial del sano desarrollo de las personas y como una profesión tan seria como se considera a la abogacía, por ejemplo. Cuántos de nosotros hemos escuchado oraciones desafortunadas como “Estudia una carrera de verdad”, “De eso morirás de hambre” o “Además de ser artista ¿A qué te dedicas?” A mi manera de verlo, no son sino el reflejo del desconocimiento inherente a una sociedad alejada de la sensibilidad y la empatía.

Considero que el contexto desventajoso en el que se desenvuelven muchos artistas, se relaciona con la inercia de un sistema invariable, en el que existe una gama inmensa de problemas cuya atención no es prioridad, pese a su gran profundidad, entre los que destacan, a mi parecer, la precarización laboral a causa de la informalidad, lo cual conduce a su vez, a jornadas largas de trabajo o a buscar diversas fuentes de ingreso. Basta con mencionar, por ejemplo, que el sueldo promedio mensual de un actor en México, ronda los ocho mil pesos; monto que no muestra grandes variaciones en otras ramas artísticas. Si bien es posible asumir que existen otros casos con condiciones incluso mejores que la media nacional general, lo cierto es que, por criterios estadísticos, se trata de una cruda realidad.

Asimismo, retomando la informalidad laboral, es bien sabido que el gremio artístico se topa con otro muro infranqueable: El nepotismo y el influyentismo. En un número considerable de casos (Nuevamente aclaro que no se trata de una regla), es prácticamente imposible obtener un empleo formal, a causa de que las vacantes disponibles se asignan con discrecionalidad, o bien, los puestos de trabajo tardan en liberarse. Sirvan como ejemplo las orquestas, las compañías de teatro, las galerías de arte, etcétera. Si a esto se suma el elitismo que impera no solo en el ámbito laboral, sino en las escuelas mismas, además de las ofertas limitadas de empleo, resulta evidente el porqué de la desvalorización de la labor de los artistas.

Por lo anterior, no es raro, de hecho es más común que extraño, que el gremio se convierta en fuerte y resistencia. Los artistas normalmente trabajan de manera independiente, ya sea en lo individual o a través de colectivos, tanto para generar ingresos y alimentar la pasión de la inspiración, como para crear consciencia de la importancia de las artes en la sociedad, a través de la difusión en cualquier sitio que sirva como foro, físicamente o incluso digital, como nos ha enseñado esta pandemia que aún continúa.

En este sentido, enfatizo en que con este artículo pretendo invitar a la reflexión a través del contraste de las realidades que los artistas viven a diario; la que nace de su alma y del amor más puro, contra la que impone el contexto cotidiano. Es por eso que recalco la importancia del arte en la vida, no sólo como un lenguaje universal, sino como una poderosa herramienta de cambio que merece ser tomada en cuenta pues, a diferencia de otras actividades, no sólo genera riqueza social (incluyendo empleos), sino también bienestar emocional y espiritual, que tanta falta hace a la humanidad en estos tiempos.

Pongamos nuestro granito de arena ¡Que viva el arte!

EDUARDO VILLALOBOS

Licenciado en derecho y licenciado en economía graduado con mención honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México; es músico egresado de la Escuela de Iniciación Artística número 1 del Instituto Nacional de Bellas Artes, y autor del poemario “Cartas a la Lluvia”. Actualmente, es maestrando en finanzas, por la Universidad del Valle de México.

Correo: mevo_vook@hotmail.com                FB: Edward Wolvesville

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