Recientemente tuve el gusto de participar en un evento musical para festejar el aniversario del salón que administran y han visto crecer un grupo de buenos amigos (A quienes nuevamente felicito por tanto esfuerzo). De mi grata experiencia al interpretar algunas canciones, surgió la idea que da vida a esta entrega.
Hay periodos en los que me es sumamente difícil reconectar con aspectos fundamentales de mi vida como artista, como la inspiración para componer, o la razón por la cual continuar sin reparar en el entorno. El público podría pensar que los escritores, músicos, pintores…etc., somos una fuente infinita y constante de información, lo cual no es del todo cierto pues, si bien no existen límites en el proceso creativo, sin duda es intermitente, con miles de preguntas que no tienen respuesta pues, cual filósofos, le buscamos las primeras a las segundas. No me refiero únicamente a un aspecto de mera continuidad en la labor, aunque existe la lucha constante si uno va por el camino correcto; también incluyo los bloqueos emocionales que dejan en blanco la mente, esos que causan una tremenda frustración por la incapacidad temporal y cíclica de vencer al peor enemigo de cualquier artista: La hoja en blanco (En sentido figurado, claro está).
Una hoja en blanco, la representación perfecta por antonomasia de las “n” posibilidades que existen para crear y transmitir ideas y sentimientos, esa herramienta indispensable e imprescindible, también puede ser una barrera colosal que pone en pausa o en silencio al artista, es una prisión autoimpuesta en la que, me atrevo a decir, todos los que nos dedicamos a este negocio no hemos metido. Pasa. Un día late el corazón y al siguiente es como si el pecho fuera una caja vacía. Vaya crisis para quienes dependemos en alguna medida (Total o parcialmente) del talento que esta vida tuvo a bien darnos.
Y aunque parece un escrito de queja para descargar inconformidades o aunque probablemente lo sea (Por no ser sincero y decir que efectivamente es así), resalto que únicamente es para dar un preámbulo al verdadero objetivo de este artículo, que es exponer lo maravilloso que es estar en el escenario. Me explico.
Todo ser vivo necesita alimentarse, los vehículos requieren gasolina y las plantas requieren agua. Con los artistas no es diferente, nosotros necesitamos de la magia que causa el escenario para continuar de pie en nuestro camino. Es el aliciente que nos impulsa a regresar del abismo de la crisis de inspiración, la que nos hace salir de la nada blanca que nos mira desde la hoja. Es ese momento que nos recarga con nuevos bríos para confirmar que tomamos la elección correcta, nos reconecta con las emociones; nos muestra una vez más las razones de nuestra pasión.
Pocas experiencias en la vida son comparables con la adrenalina que se siente cuando uno está por entrar al escenario a entregar el alma al público, que se vuelve parte de uno mismo, con su atención fija en la actuación que, al terminar y si somos afortunados, desemboca en un vítores y una marejada de aplausos. La piel se eriza de extremo a extremo del cuerpo cuando suena la primera nota, cuando se devela un cuadro, o cuando se pronuncia la primera palabra de un guion teatral. El cuerpo vibra con el mensaje que vuela entre los espectadores y regresa a su dueño con nuevos secretos que contar en otras ocasiones. Cada metro cuadrado del escenario se convierte en un refugio, en un santuario en donde se manifiesta el lenguaje de lo divino para sanar toda duda y frustración. Fluya la tinta, la hoja deja de ser impoluta.
La emoción no sólo se siente al subir sino también al regresar a una nueva realidad desde el escenario. En la venas corre magia pura y renovada para crear nuevas obras que estaban ocultas en la crisis creativa, es alquimia que logra la panacea del bloqueo y las dudas que sentimos los artistas, quienes nos alimentamos de ese momento tan elevado, como un punto de inflexión que pocos gozan pues, entre todo lo que en realidad es y no puedo expresar con simples palabras, estar en el escenario se trata, por mucho, de un placer reservado.
“Cuando subo al escenario, no sé qué pasa. Uno se siente muy bien, es como el lugar más seguro del planeta para mí…Me elevo en el escenario”.
-Michael Jackson
EDUARDO VILLALOBOS
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Licenciado en derecho y licenciado en economía graduado con mención honorífica por la Universidad Nacional Autónoma de México; es músico egresado de la Escuela de Iniciación Artística número 1 del Instituto Nacional de Bellas Artes, y autor del poemario “Cartas a la Lluvia”. Actualmente, es maestrando en finanzas, por la Universidad del Valle de México.
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