Instante

En una de esas tardes, donde no te encuentras en ningún rincón, me regalé un momento en el lugar preferido de mi hogar y me trasladé al pasado por medio de mis fotografías, observé que más que recorrer imágenes, me llevó a lugares, personas y momentos que se han convertido en recuerdos. Como bien dicen, recordar es volver a vivir; y el poder experimentar lo increíble que resulta el cerebro al almacenar detalles que no siempre se es consciente que están ahí guardados y solo basta un incentivo para traerlos al presente como recientes, se convierte en una sensación por mucho fantástica.

El no ser consciente de lo significativa que puede llegar a ser una fotografía, hasta que te detienes un momento a contemplarla, te regala el placer de trasladarte con personas que ya no están y no solo hablo del plano terrenal, sino que se han ido de nuestras vidas, de aquellos muertos vivientes les diría yo, que por cualquier circunstancia separaron su camino del nuestro, pero más allá del reproche, tendríamos que agradecerles por habernos obsequiado un instante congelado paulatinamente, por siempre.

El hecho de poder por un instante volver a ver los ojos de nuestros abuelos, nos hace recordar lo que significaba sentir un abrazo suyo, tan amoroso y tan desinteresado, nos trae todos esos consejos que nos daban día con día y que no fuimos consientes cuando los dejamos de escuchar; o el hecho de volver a escuchar las risas de una tarde de amigos después de clases, que creímos que durarían para siempre y al día ya no están más; o aquel instante que juraste amar un viejo amor por siempre y hoy no son más que dos desconocidos con el recuerdo en común.  

No vamos negar que recordar en muchas ocasiones arrastra un poco a la melancolía, pero no significa algo malo, pues permite observar lo que en la marcha de la vida no nos permitimos, el cambio o crecimiento personal que experimentamos sin siquiera percibirlo, lo cual resulta tan genuino porque ya no somos los mismos que aparecen en las fotos, cambió la sonrisa, los gustos, los sentimientos, los pensamientos, el círculo social e incluso el entorno y no solo en una ocasión sino en varias, de tantas maneras que no fuimos conscientes, hasta que lo vemos al tiempo; ya lo decía Heráclito (filósofo griego del siglo VI a. C.) “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”.

La tendencia de muchas personas a eliminar sus fotografías al finalizar un capítulo de su vida con la única finalidad de evadir los recuerdos que pueden provocar sentimientos no del todo llevaderos es un medio dulce para intentar olvidar, pero en lo particular, no comparto esa idea, prefiero conservar todas esas fotos simplemente como lo que son, recuerdos de momentos que tienen la calidad de inolvidables, seleccionados para ser atesorados quizás para siempre, que me recuerdan quien fui y quien quiero ser, porque creo que, al final de cuentas, de todo lo vivido se aprende e incluso más de aquellos desaciertos que hacen que uno crezca, se reinvente, aprenda y se fortalezca, porque al final nada ni nadie nos pertenece pero el recuerdo, el recuerdo es nuestro.

“Recordar es fácil para el que tiene memoria.

Olvidar es difícil para quien tiene corazón”

-Gabriel García Márquez

Mónica Olmos Reyes

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Lic. en Derecho por la Facultad de Derecho de la UNAM 

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