La actitud deportivista de demasiados atletas en los Juegos Olímpicos es un ejemplo inspirador de espiritualidad en acción, y sobre todo de ecuanimidad y de equilibrio emocional en situaciones de cabal estrés.
Estos atletas demuestran una dedicación y pasión por su deporte, enalteciendo cabalmente lo que es dedicarse a aquello que te motiva en la vida, que trasciende la mera competencia y el deseo de ganar que a veces se relacionan más estos dos últimos elementos al espíritu capitalista.
En lugar de eso, se enfocan en el proceso, disfrutando cada momento en presencia, sin importar el resultado final, y abrazando a los camaradas deportivos que para ellos son ciudadanos extranjeros con los cuales a veces compiten pero que se les acercan más en términos humanos y de sentimiento en un tema de fraternidad y transmisión de energía positiva en una época moderna donde la rivalidad y el ego son vehículos que el sistema económico tiene para generar las actitudes más deleznables entre seres humanos.
Esta actitud es espiritual porque va más allá de la lógica materialista y el egoísmo, y de las ganas de querer ganar a como dé lugar.
No se trata de ganar o perder, sino de vivir el momento, de disfrutar el viaje en plena acción, de superarse a sí mismos en un nivel profundo y de conectar con algo más grande que ellos mismos en una individualidad ambiciosa.
En un mundo donde el capitalismo de ganancias y pérdidas y la estadística siempre dominan, estos atletas nos recuerdan que hay más en la vida que el mero éxito y el mero fracaso.
Estos humanos, gloriosos, nos muestran que el verdadero triunfo es el crecimiento personal con camaradería y amor colectivo, la perseverancia y la pasión, y el disfrute del momento presente por encima de lo que pueda conllevar ganar o perder.
Al no caer en las garras del mercado capitalista siniestro, ni de la estadística mentirosa que llena las portadas de los medios deportivos para vender notas deportivas, estos atletas se liberan de la presión y el estrés que viene con la competencia y se dedican a hacer su trabajo con soltura y flexibilidad sin considerar ni importar lo que pueda pasar.
En su lugar, encuentran una paz y una satisfacción interna que trasciende la forma y que les permite disfrutar el proceso y vivir el momento, a través de la acción misma de su competencia en turno, pero encausando una filosofía en el momento que trasciende incluso el entendimiento racional.
Su actitud es un recordatorio cabal y sabio de que el deporte puede ser una forma de meditación en movimiento, con expectación, y un camino hacia la iluminación y la conexión con algo más grande que nosotros mismos, transmitiendo un sentimiento poderoso inentendible para las mentes pragmáticas y racionales.
Eso nos inspira a vivir nuestra propia vida con la misma pasión, dedicación y espiritualidad, sin importar cuantos logros o fracasos abonemos, pues hasta en lo más íntimo de nuestros intereses la lógica de un sistema bastardo de organización social se impone.
Por Víctor Manuel Del Real Muñoz