El origen del crimen en el mundo melchoriano

Por Mauricio Del Real

¿Cuántos amantes de la escritura han pensado, absortos en su candidez, que van a vivir de eso, de escribir? No hay institución en el mundo que mida este fenómeno de cuasi megalomanía, y si la hay no importa en realidad porque seguramente está mintiendo, siempre serán más suspirantes insensatos que los reportados. Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) lo hizo, y para envidia de todos, de la mala, de la real, lo logró. Como ella misma ha dicho, vive de sus libros. ¿Cuál fue su mérito? Becarse a sí misma ante sus constantes fracasos para ser becaria del FONCA. Su chamba de godínez en la Universidad Veracruzana le permitió juntar víveres y pertrechos para emprender su gran viaje, del que ya nunca retornará: la exploración de la exósfera de las letras mexicanas, iberoamericanas y mundiales.

Fernanda se dedicó un año, según sus propias palabras, a escribir el libro con el que se convertiría en rockstar: Temporada de Huracanes. Lo ha confesado: se propuso darlo todo, apostarlo todo, llegar al punto final, al todo o nada, y en la pirinola literaria le salió lo que a poquísimos: Toma todo. De esto dependió el que no siguiera en el área de comunicación social de alguna oficina veracruzana, soñando en que hubiera sido genial ser escritora. ¿Pero cómo sucedió? En realidad es un misterio, porque ella no viene de una familia de letras, su padre es ingeniero y su madre paramédica, la primera en conducir una ambulancia en el Puerto de acuerdo con Fernanda. Sin embargo, el gusto por la lectura vino desde su adolescencia, tomando los libros que un tío compraba (La insoportable levedad del Ser) y leyendo a Stephen King, Anne Rice e historietas de Archie y la Pequeña Lulú. Su amor por las palabras y su profunda curiosidad la convertirían en la pequeña Larrouse del seno familiar.

Luego de un fallido intento por estudiar sociología en Xalapa, sus padres le piden que regrese al Puerto, donde puedan saber lo que hace, pues Fernanda tenía cierta pasión por el desmadre y eso hacía ver que su periplo académico sería un fracaso. Termina estudiando periodismo en la Universidad Veracruzana más con la idea de tener una profesión que le permitiera vivir para poder escribir, pero también para evitar estudiar propiamente Letras, pues su rebeldía veía con desprecio que le hicieran leer de manera anquilosada y dictatorial. La frescura, el nervio, el ritmo vertiginoso, eran desde entonces las semillas que crecían en la incipiente forma de narrar de Fernanda. Ella era televidente, y sabía que debería competir también con ese tipo de entretenimiento.

Desde estudiante empieza con su adiestramiento literario más serio, de ahí surgen varias crónicas que terminarían conformando el libro Aquí no es Miami (2013). Un conjunto de historias de la vida real, para las cuales incluso realizó trabajo de campo, intentando entrar al tuétano de sucesos terribles de un Veracruz que había dado el paso del amor al odio, el lado B, como ella lo dijo alguna vez. Sus crónicas, según confesó, fueron su sparring, pues tenía miedo de adentrarse al mundo de la invención total: una novela que llevaba casi diez años de elaboración y tres borradores: Falsa Liebre (2013), que finalmente termina siendo su primer trabajo narrativo de ficción.

A Fernanda lo que la motiva es la nota roja, la descarnada conducta humana que produce y es producida por momentos sórdidos y abyectos, donde florece el gran amor sin mediaciones ni cortapisas y donde también domina la inquina más intensa, mediados por matices milimétricos, casi infinitos, que terminan condicionando las personalidades de todos esos seres que, en su caos interno, muestran la humanidad más cruda de un mundo que desde hace años prefiere todo lo que es políticamente correcto. Este es el hilo conductor de su obra, que llegaría a una cúspide prematura con el premio Anna Seghers 2019  por Temporada de Huracanes (2017) y la nominación entre los finalistas para obtener el International Booker Prize 2020, por el mismo libro.

La ha conmovido la idea de saber por qué estos seres desesperados hacen lo que hacen y por qué la mayoría no lo hacemos; por qué algunos pasan la línea de arrebatar la vida mientras otros somos detenidos por valores y demás artefactos culturales. Tal vez sin explorarlo de fondo, Fernanda tiene una vena sociológica que la persigue y la guía en su forma de construir personajes. Es posible que su motor interno sea precisamente la imaginación sociológica de la que hablaba Wright Mills, solo que es traducida en el código narrativo de la literatura, una explosiva y exquisita, una que busca despojarse de prejuicios académicos y es hermosamente visceral.

De Fernanda, Elena Poniatowska ha dicho que es “la escritora más fuerte”. No se trata de su éxito desde luego, sino de su carácter, mismo que trasluce en su narrativa. Fernanda no tiene autocensura y prefiere dejar que sus historias le indiquen el camino. Afirma constantemente que nadie es muy bueno ni muy malo, que los personajes unidimensionales son una caricatura, y que el mundo real está tejido con cromatismo y a partir de una complejidad superlativa: todos hemos querido matar, refiere en diversas entrevistas.

Fernanda bautizó el género de Temporada de Huracanes como ranchodrama. Su intención no es hacer novelas policiacas, no es centrarse en la investigación y en la vida entreverada de detectives y autores de crímenes equiparables a las bellas artes, su interés permanece en los matices de los personajes que, como objetos del destino, coinciden en eventos deleznables. Para lograrlo, abrevó de literatura estadunidense (Faulkner, Capote, MacCarthy o Cooper son algunos de los autores que ha citado como inspiración), pero también de su formación como periodista. Por ello critica constantemente la forma de contar las historias, particularmente de nota roja, donde se deshumaniza a los involucrados, enjuiciándolos desde modelos narrativos caducos. Por otro lado, no tiene la aspiración de contar sus propias historias con un lenguaje que termine alejando a los lectores, por lo que su estilo le exige un balance.

Tal vez por mis propias lecturas, no dejo de ver en la literatura de Fernanda a varios autores que incluso ella misma ha referido, aunque sea de manera tangencial. Ha hablado de su admiración por Jorge Ibargüengoitia, concretamente, de dos registros del autor: uno en el que utiliza el lenguaje de la calle; otro culto, elevado. También ha manifestado que en algún momento creyó que la literatura mexicana se trataba solo de eventos relacionados con la Revolución, pero que cuando leyó a Rulfo, concretamente, Macario, se dio cuenta de que no era así. Finalmente, en los agradecimientos de Temporada de Huracanes, reconoce con humildad la recomendación que le hicieron, en el momento oportuno, de El Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez, libro en el que el colombiano experimenta una prosa sin puntos y aparte, y según sus propias palabras en la entrevista que le hizo Plinio Apuleyo Mendoza, era el libro que le provocaba más orgullo.

Si el carácter en su prosa le viene posiblemente de sus lecturas de estadunidenses,  desde mi punto de vista, en su estilo hay mucho de Ibargüengoitia, García Márquez y Rulfo. Del primero obtuvo el equilibrio: en Temporada de Huracanes y Páradais (2021) abundan descripciones bellas, llenas de esteticismo, de poesía y ritmo, enlazadas con la forma descarnada de contar al nivel de la calle, entre los amigos que conversan mientras esperan el autobús o se encuentran en plena borrachera:

[…] los cuatro ceñudos y fieros y tan dispuestos a inmolarse que ni siquiera el más pequeño de ellos se hubiera atrevido a confesar que sentía miedo, al avanzar con sigilo a la zaga de sus compañeros […] la verdad era que al comandante Rigorito la muerte de … le valía tres toneladas de verga, y lo único que el culero quería saber era… (Temporada de Huracanes).

[…] cada vez que cruzaba el puente que atravesaba el río, se detenía unos minutos a mirar las aguas salobres que serpenteaban entre los prados y las villas de lujo y las diminutas islas pobladas de sauces y palmeras despeinadas, apenas visibles contra el lienzo color salmón de la noche iluminada del puerto […] ¿Y qué verga era eso de “meta en la vida”? Siempre lo dejaba en blanco porque no sabía qué chingados poner en ese apartado… (Páradais).

Este estilo también recuerda a escritores de la generación de la Onda, como José Agustín o Parménides García Saldaña. De García Márquez toma la forma, literalmente, es decir, la narración a partir de grandes párrafos, sin puntos y aparte. Esto denota ritmo, y para las intenciones de Fernanda, vértigo narrativo. Se trata de una manera de ir desarrollando el argumento detalladamente, deshebrando los eventos de tal forma que el colorido del texto se vaya diluyendo, lentamente, en una paleta cromática, avanzando y regresando en el tiempo y lugares de la historia, así como en las vivencias presentes y pasadas de los personajes. Para Fernanda no parece sana la introducción de saltos narrativos que permitan la entrada de ideas distantes. Aún en Páradais se nota el deseo por desarrollar el detalle, como sucede en los flashbacks que Polo experimenta al final: un listado gigante de eventos dramáticos que fueron sucediendo en el clímax de la historia.

Rulfo pareciera presente particularmente en Temporada de Huracanes, llenando de inspiración la caracterización de los pueblos veracruzanos del mundo melchoreano, donde sobresalen las supersticiones y el rescate de algunas costumbres. El Abuelo, concretamente, podría ser un personaje extraído de Pedro Páramo, un poblador paradigmático de Comala, un ser que sabe cómo comunicarse con los muertos para permitirles un mejor descanso. Todo esto hace de Fernanda una escritora netamente mexicana, casi de manera inexorable. Su voz terminó por fluir de su entorno cercano y de la manera en que ella se ha relacionado con él para generar su propio imaginario, su Veracruz, su México.

De Aquí no es Miami Fernanda ya tenía en su radar los entornos de violencia, de hecho es parte de su inspiración para Falsa Liebre, pero donde todo se concreta es en la creación de Temporada de Huracanes, con La Matosa, el espacio vital de sus personajes, ranchería totalmente imaginaria. No obstante, según cuenta ella misma, algún amigo la interrogó sobre el origen de este pueblo, pues en una comunidad de Boca del Río habían desalojado a los pobladores para hacer un residencial. Se trataba de La Matosa real. Este evento es el detonante para que Fernanda encuentre el motivo, el germen de Páradais.

Tanto en Temporada de Huracanes como en Páradais, Fernanda elige a un narrador omnisciente, que no está directamente involucrado en la historia, pero que a diferencia de otros, es muy cercano emocionalmente, de tal forma que describe los acontecimientos, por momentos, a la manera en que lo harían los testigos de un evento en una sobremesa de un pueblo veracruzano. Se trata de una técnica que constituye una resistencia personal a las narraciones demasiado formales y moralistas de autores clásicos. Por otro lado, tiene una manera casi imperceptible de cortar eslabones de la historia, abundar en los detalles subyacentes y volver, varias hojas más adelante, al eslabón que había sido cortado. “Todo fue culpa del gordo” es una frase que forma parte del inicio y del final de Páradais, por ejemplo.

Por último, entre las preocupaciones de Fernanda, por cierto, sello de su estilo, está la construcción de los personajes. Su misión es evitar seres animados a una tinta, como secuencia de imágenes pasadas con el pulgar al ir soltando, una por una, hojas antes contenidas, en su extremo, por la yema. Le preocupa problematizar a los seres que habitan sus historias, dotarlos de sangre en las venas, de emociones formidables que los impulsan a tomar decisiones autodestructivas. Se trata de una visión estructuralista, de personas condicionadas por su entorno a partir de las redes de relaciones sociales a las que pertenecen, donde fluyen percepciones culturales, creencias, valores, prácticas, entre otros mecanismos reproductores de la personalidad. Esto también incluye una perspectiva racial que alude a un determinante de la pobreza y desigualdad en México: mientras la señora Marián es blanca y castaña, Polo es moreno y feo, al igual que lo es la Lagarta.

Ahora Fernanda carga con el peso de ser una estrella en un mundo ansioso de entretenimiento y souvenirs, y como le sucediera a otros escritores, deberá reinventarse en un circuito de editoriales ávidas de producción creativa en serie, de pseudointelectuales aduladores y de lectores fanáticos. En el centro está ella y su asidero: la energía primera que la impulsó algún día a soñar que podría escribir como los novelistas y cuentistas que tanto la deleitaron y la siguen deleitando. En mi opinión, de Fernanda lo que más seduce es su fuerza vital, el carisma que la hace escribir, determinando su estilo, voz y ritmo, ojalá no se pierda nunca, ojalá lo mejor aún esté por venir.

Mauricio Federico Del Real Navarro
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Zacatecas, Zacatecas, 1982. Doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de México. Amante del estudio de los fenómenos sociales y su inclusión en el mundo literario. Poeta aficionado.

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