Belly Dancer, más allá del cuerpo. Por Mónica Olmos Reyes.

La danza árabe se denomina “Raks Sharki” en los países árabes, cuyo significado es “Danza Oriental” y “Belly Dance” (“Danza del vientre”) en los países de habla inglesa; tuvo su origen en el antiguo Egipto donde se acostumbraba bailar en los templos, ya sea para rendirle culto a la fertilidad humana o a la tierra y para la adoración de sus dioses. Llegó a México cerca de los años 50, en conjunto con otros tipos de danza, sin saber con exactitud la fecha o el personaje quien la trajo.

La atención se halla principalmente en el movimiento de cadera y vientre, alternando movimientos rápidos y lentos, con movimientos de pecho y hombros, en conjunto con los famosos brazos en forma de serpientes; cada uno encajando perfectamente con el tono y ritmo de la música.

Los movimientos característicos de esta danza son muy sensuales, personales y diferentes dependiendo de cada bailarina. Para cada elemento hay un ritmo, y para cada canción una técnica, aunque modernamente se ha popularizado con todo tipo de modificaciones en su música estando abierta a la creatividad e imaginación.

Antes de ser un espectáculo de arte, como hoy la conocemos, su fin aludía a un estímulo de índole sexual destinado al hombre en las regiones de origen, tanto al deguste de invitados, como en la propia intimidad del harén.

La danza en general es considerada como un arte, la combinación de un sentimiento con la articulación del cuerpo, a través de estímulos que nos produce la música. En la última década se ha hecho popular la práctica de la danza árabe, en nuestro país y me atrevo a decir, en casi todo el mundo.

A lo largo de los años, todo ha experimentado cambios, de acuerdo con las necesidades de la sociedad, y la danza árabe no es la excepción ya que es un reflejo de esta evolución. En sus inicios practicada por esclavas para favorecer los deseos del varón y no tanto el deleite de las mujeres; sin embargo, se ha transformado en un arte liberadora del sexo femenino, encaminada a su valorización.

Pasó de ser un medio de opresión de la mujer, producto de la vanidad del hombre y el sentido de superioridad, cuyo fin era percibir a la mujer solo como un símbolo de su propia satisfacción masculina,  a considerarse una fuente de empoderamiento que emana del estímulo de la cadera, en la que prepondera la sensualidad y belleza, consecuencia del esfuerzo aceptación y amor propio de la mujer, al enfrentar el miedo a la crítica y sentir lo que realmente se es, valiosa e increíblemente poderosa, que va más allá de un cuerpo perfecto, más bien un espíritu libre, porque la belleza no se encuentra a través de los ojos, sino por el reflejo del alma, y qué es el alma sino un cúmulo de sentimientos cuya manera más pasional de expresarse es a través del baile, de desbordar aquello que no siempre puede comunicarse con palabras, por falta de las mismas o del valor para ello.

Cada movimiento en la danza árabe va relacionado principalmente con un sentimiento, los movimientos ondulatorios, rotativos, que por lo general son lentos, simbolizan la tristeza, el dolor, la melancolía, etc.; en cambio los movimientos rápidos, golpes y vibraciones expresan alegría, euforia, gozo, etc. Asimismo, todos los movimientos están relacionados con la naturaleza, por ejemplo, normalmente se baila con los pies descalzos, lo cual simboliza la tierra, o también la posición de los brazos siempre hacia arriba, nunca caídos; esto simboliza a las aves y la libertad.

Además de ser atractiva visualmente hablando, este tipo de danza también aporta el espacio que muchas mujeres buscan para expresarse, amarse, aceptarse y sentirse bien con ello; un espacio para sentirse atractivas y deseadas. No se niega que exista la crítica al cuerpo, pero cuando se hace una buena ejecución, el físico queda de lado y llama el espectáculo, la entrega de la bailarina al presentar las coreografías que caracterizan a la danza del vientre.

Igualmente proporciona beneficios emocionales como el desbloqueo físico y mental que induce a generar más seguridad ante la vida; en la expresión de emociones traduce lo que está en el interior de cada bailarina encontrando en esta manifestación alivio, tranquilidad y armonía; valora la capacidad de improvisación, creación de historias y espontaneidad; ayuda a crear confianza y vencer miedos, complejos e inseguridades; ayuda a conectarse con la esencia de lo femenino, explorando el poder de la seducción y olvidarse de prejuicios; y sobre todo mejora al ente social que necesita el individuo al conectar con otras bailarinas que manejan el mismo lenguaje corporal .

Esta danza es para aquellas personas que quieren atreverse a ser vistas (sin excluir a los hombres a pesar de lo popular de esta danza entre las mujeres), y que aspiran a la superación personal, al cambio y la seguridad, ocupándola como una herramienta para superar esos miedos que se cargan normalmente ocultos detrás de un “estoy bien”; podría decir que este tipo de danza es una terapia divertida para enfrentar los miedos, sentirse poderosa y olvidarse un poquito de lo banal que suele ser la vida.

Me permito terminar este relato, con la siguiente frase:

Apúntate a la vida,

a decir lo que sientes, 

a sentir lo que vales,

a soñar lo que quieres y

a saber que te sobra con tener lo que tienes…

–  Rosana Arbelo.

 

 

Mónica Olmos Reyes

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Lic. en Derecho por la Facultad de Derecho de la UNAM

Bailarina de Danza Árabe desde 2012

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