El mercado se amplia en función del ego 

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La historia de la civilización humana es, a palabras de la enseñanza budista, la historia de la adhesión de los egos del mundo, sobretodo aquellos que «asumen» en apariencia la conducción o el liderazgo e imponen sus pretensiones, deseos, anhelos, ideas, asimilaciones y constructos, por encima de los demás, en una especie como de tiranía. 

El ego constantemente demanda estímulos y nuevas experiencias, pues el ego no se siente cómodo después de un tiempo con una supuesta monotonía que percibe la mente de aquello que le es conocido o familiar, el ego quiere formas y cosas nuevas, no lo mismo de siempre. 

Casi siempre el ego quiere cosas y cuando las consigue ya no se siente a gusto y quiere más o quiere otras diferentes y esto sucede porque su mente no se ha entrenado en la paz, sino que se ha entrenado en la fenomenología del mundo físico, cambiante, mecánico, de fluir permanente, y si no se adhiere a esa realidad sufre demasiado. 

Todo, si se da usted cuenta, es un juego tramposo del ego. 

Es, en ese sentido, que acompañando la lógica de utilidades sistémica, o bien, las leyes del valor que citaba Karl Marx, el mercado como sistema económico integral y funcional del capitalismo, se alza, gracias a la innovación, la novedad, lo actual, la moda, la tendencia. 

Así surgen nuevos productos y nuevas mercancías, por ende, nuevas necesidades porque lo que está en el mercado ya no es suficiente, y ahora hay que generar nuevas necesidades, que son nuevas experiencias para la mente y para poder abrir así nuevos mercados y ampliar la baraja de opciones de acrecentar la dinámica de utilidades en el sistema económico. 

Podríamos decir que el capitalismo es un trastorno obsesivo compulsivo diseminado a nivel global. 

Luego entonces, por el mundo se disemina una especie como de enfermedad colectiva que tiene elementos obsesivos y que genera hábitos compulsivos, que le son necesarios al mercado capitalista. 

El uso del teléfono celular en si ilustra esa inercia casi de manera perfecta, primero que nada por el hábito compulsivo de revisarlo casi de forma permanente todo el tiempo y después por toda la dinámica de actividades mercantiles y de asimilación de productos y experiencias que desde las redes sociales y los sitios de información y las plataformas se nos está poniendo en la mesa visual o bien se nos está vendiendo. 

No se trata de asumirse con complejo de culpa o mal por caer presa de esta dinámica, en todo caso, la conciencia al respecto es la mejor solución posible. 

VÍCTOR MANUEL DEL REAL MUÑOZ

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