El amor y el arte

Dedicado a mí esposa

Febrero, mes en el que el nacionalismo mexicano comparte protagonismo con el festejo del amor y la amistad, heredado por los romanos. Según cuentan algunas versiones, el día de los enamorados se lo debemos al audaz San Valentín, de quien se cuenta que desafió al emperador Claudio II, al celebrar matrimonios en secreto, aun cuando estaba prohibido por considerarse que aquellos hombres que no estaban casados, eran mejores soldados y, por tanto, debían ser reclutados. Como puede suponerse, una vez descubierto, fue condenado a muerte, pero antes de ser ejecutado (Un catorce de febrero), se dice que envió una última carta de amor con un peculiar sello: “Tu Valentín”.

Sin importar cuál es el verdadero origen, lo cierto es que el motivo es el mismo, el festejo del amor, ingrediente sin el cual es imposible concebir la vida misma y, en ella, lo que llamamos arte, porque del romance han surgido grandes obras que han trascendido a través del tiempo, concretando así la inmortalidad de la causa que las creó, pues no hay nada más profundo y digno que aquello que nos vuelve realmente humanos.

Vivir el arte sin aunque sea una pizca de amor es algo que considero contrario a nuestra naturaleza, pues aun en la tragedia o en lo platónico está presente, como una sonrisa inocente, enamorada, como una lagrima dolorosa, como nostalgia o un suspiro profundo y desconsolado. Siempre está presente en lo que sentimos y hacemos, lo externemos o no, pues brilla en la oscuridad más densa, rompe el más ensordecedor silencio, aunque nos empeñemos en que sea un secreto.

En las obras de arte se puede apreciar al amor como una fuerza invencible, divina y hasta metafísica que va más allá del tiempo y el espacio, como un estado de éxtasis carnal que conlleva a la elevación espiritual, ante la belleza y misterio en el que se sumergen los amantes. La luna no se preocupa por la noche oscura, el amor es el agua de la vida.[1]

¿Qué sería de los artistas si no existiera el amor? Nada, no habría insomnios nocturnos, ni sueños que se viven estando despiertos, sería un mundo monocromático de cuerdos, ordenado, pero frío e imperfecto. Es el amor el que inspira la creación de formas, sonidos y combinaciones de colores. El amor es un guion, una fotografía, es todo aquello que evita que muera un hermoso recuerdo; es la metamorfosis de un momento, es la transición de lo simple a lo etéreo.

Hay cientos de ejemplos de obras inspiradas en la magnificencia del amor, en prácticamente cada periodo y rama de las artes, como Romeo y Julieta, de William Shakespeare, Turandot, de Giacomo Puccini, Apolo y Dafne, de Bernini, En la cama: el beso, de Toulouse-Lautrec, y tantas joyas más que exaltan lo sublime de estar enamorado.

Es tal el poder del amor, que inspira al artista para expresar experiencias tanto propias como ajenas, historias reales que dieron paso a diversas manifestaciones de arte, como Claro de luna, de Claude Debussy, inspirada en la poesía de Paul Verlaine y su supuesta relación con Arthur Rimbaud, El beso, de Auguste Rodin, cuya forma se cree que está inspirada en el idilio que tuvo con su amante, o las diversas obras que se cree que Franz Schubert compuso para su primer amor, Therese Grob. Yo mismo me declaro amante del amor y el arte, pues bajo su influjo he escrito y compuesto obras dedicadas a mi (hoy esposa) amada.

Para mí, el amor es arte en sí mismo, es una manifestación emotiva cuyo fin es plasmar la belleza de los sentimientos, de las ideas, de los pensamientos; la estética intrínseca de la percepción que cada persona tiene cuando se enamora. Una realidad hermosamente alterada. El amor es un verbo con el que inevitablemente se expresa desde la autoconcepción hasta la idealización y, en algunas ocasiones, con suerte e inspiración, a través de una obra que contará de mil maneras la misma historia.

Normalmente acostumbro cerrar con una breve cita; sin embargo, como una forma de festejar el amor, deseo compartir con ustedes una de las obras que, en mi opinión, representa a la perfección el éxtasis que el amor causa en el artista, me refiero al poema Buscando tu rostro, de Rūmī. Disfrútenlo, dedíquenlo.

Desde el inicio de mi vida he buscado tu rostro,

pero hoy lo he visto.

Hoy he visto el encanto, la belleza,

la gracia inconmensurable del rostro que buscaba.

Hoy te he encontrado y aquellos que ayer rieron y se burlaron,

hoy se arrepienten de no haber buscado como yo.

Estoy deslumbrado por la magnificencia de tu belleza

y deseo verte con cien ojos.

Mi corazón se ha consumido en la llama de la pasión

y ha buscado por siempre esta belleza asombrosa

que ahora contemplo.

Me avergüenza llamar a este amor humano

y temo a Dios si lo llamo divino.

Tu aliento fragante, como la brisa matinal

ha llegado a la quietud del jardín.

Has soplado nueva vida en mi.

Me he vuelto tu sol y tu sombra.

Mi alma clama en éxtasis.

Cada fibra de mi ser está enamorada de ti.

Tu resplandor ha encendido una llama en mi corazón.

La tierra y el cielo, mi flecha del amor ha llegado al blanco.

Estoy bajo el techo de la clemencia

y mi corazón es recinto de oración

Mario Eduardo Villalobos Orozco

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Doctorante en Finanzas por el CESCIJUC, Maestro en Finanzas por la Universidad del Valle de México; es licenciado en Derecho y licenciado en Economía, graduado con mención honorífica, por la Universidad Nacional Autónoma de México; además es músico egresado de la Escuela de Iniciación Artística número 1 del Instituto Nacional de Bellas Artes, autor del poemario Cartas a la Lluvia, y colaborador de la revista 13 de abril, desde abril del 2021.

Correo: mevo_vook@hotmail.com                FB: Edward Wolvesville


[1] En alusión a dos poemas de Jalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī

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