Para adentrarnos en el pensamiento de las sociedades pretéritos nos vemos forzados a estudiar su cultura lo cual, en gran medida es posible a través de sus textos. En el caso de las sociedades mesoamericanas, ese estudio se reviste de una peculiar complejidad, ya que el proceso de colonización implicó la destrucción de casi todos los documentos en que a través de la escritura pictográfica, registraban acaso información sobre su economía, creencias religiosas, hazañas de guerra, cantos, poesías o todo lo que para ellos pudiera haber merecido la pena dar cuenta mediante un soporte escrito.
El público aficionado al conocimiento de los pueblos prehispánicos en su interés por conocer más sobre ellos, probablemente ha leído en su traducción al español, poemas o cantares como “Los cimientos del cielo” o “Así se entronizó Tezozomoctli” (“…allá en la llanura, anhelo la muerte al filo de obsidiana…”) y seguramente durante la educación básica muchos leímos “Amo el canto del cenzontle”,atribuido a Nezahualcóyotl. Si la escritura de estos textos se adjudica a personas indígenas, naturalmente podríamos asumir que reflejarían la episteme de dichas sociedades sin que medie el pensamiento occidental, pues bastaría una estricta traducción al español, para adentrarnos en dichos textos y saber lo que querían expresar sus autores, lo cual, nos permitiría conocer en mayor medida, la mentalidad colectiva de su tiempo, ya que, sin dudarlo, el estudio de la producción poética y musical de una sociedad nos arroja información valiosa sobre esta.
Sin embargo, un estudio más especializado sobre dichos textos arroja a la luz determinadas marcas discursivas que nos empujan a cuestionar el origen de los mismos, es decir, y para enunciarlo con absoluta claridad: nos hace preguntarnos si dichos textos fueron escritos por personas indígenas que expresan a través de sus letras, un pensamiento de origen prehispánico, o bien, fueron producidos por personas que, aunque descendientes de poblaciones prehispánicas, ya habían pasado por un proceso colonizador, cuya punta de lanza fue sin duda, el pensamiento cristiano-medieval.
Aunque existen diversos títulos que contienen multiplicidad de poemas o cantares “prehispánicos”, para efectos del presente artículo, utilizaremos la obra denominada “Cantares Mexicanos” editado por la UNAM, por representar un trabajo tal vez de los más nutridos en su género (contiene 92 cantares) y ser producto de un amplio cuerpo de investigadores que de 1994 hasta 2009, se dedicaron a la transcripción, traducción, estudio del manuscrito original y la elaboración de la obra como la conocemos hoy; lo que sugiere un vasto contenido de información que debería abrevar de rigurosas metodologías.
Como brevísima referencia de nuestro texto, podemos señalar que consta de tres tomos; el primero, destinado al estudio del manuscrito original, el cual se compone de trece volúmenes, algunos escritos en náhuatl y otros en español, cada uno con un tema diverso, siendo el primero de ellos el volumen titulado “Cantares Mexicanos”, de ahí el nombre que se le asignó a dicho manuscrito, así como a la propia obra que sirve como fuente principal de este artículo. Los tomos dos y tres, contienen los cantares que obran en el primer libro del manuscrito original; cada cantar está escrito tanto en náhuatl como en español; al final de cada tomo hay un apartado de citas tanto para la versión en náhuatl como para la versión castellana. El primero en “redescubrir” el manuscrito fue José María Vigil en 1895, su versión original se encuentra al resguardo de la Biblioteca Nacional de México y existen dos copias, una en la Biblioteca Nacional de España, Madrid, y otra en la Brinton Collection del Museo de la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos.
Entremos en materia. Un tópico permanente en los cantares en estudio es la guerra, ejemplo de ello es el “Canto de primavera, canto de exhortación para quienes no quieren enaltecerse en la guerra” conozcamos algunos de sus fragmentos:
“Hago resonar mi atabal, soy diestro en el canto, así despierto, levanto a nuestros amigos…
nunca se hace luz en su corazón, están adormecidos en la guerra…
Brotan las flores del amanecer en el lugar de su guerra florida, del Dueño del cerca y del junto…
que no sean en vano las flores, las flores del licor rojo de la vida.”.
Revisemos ahora “Así se entronizó Tezozomoctli”:
“¿A dónde van las flores? ¿A dónde van aquellos cuyo nombre es águila, jaguar? Ya se esparce, ya se divide el agua, el monte, el pueblo en Hueytlalpan. Sólo es su palabra del Dador de vida, […]
Donde se hace la guerra empezó ya la batalla, en el interior de la llanura; el polvo se levanta como humo, se revuelve, hace giros con muerte de guerra florida…
Que no tema mi corazón allá en el interior de la llanura; anhelo la muerte al filo de obsidiana; sólo quiere nuestro corazón la muerte en la guerra.”
Otra pieza más: “Canto de Axayácatl Itzcóatl, señor de México”.
Sólo aquí bajó la muerte florida, llega a la tierra, ya aquí en Tlapalla,
la hacen quienes junto a nosotros están. […]
Cumpliste lo merecido, palabras divinas, hiciste, sólo tú moriste en la cruz…
¿A caso se cansa, tiene pereza, Dios, el Dueño de la casa, el Dador de vida?
“Canto al son del teponaztli”:
“Tiembla la tierra. Da principio a su canto el mexica, con él hace bailar a águilas y jaguares. […]
Donde resuenan los cascabeles hace perecer a los otros el mexica chichimeca…
En el cielo, en Anáhuac, vive mi corazón, en los labios de los hombres, esparzo mis flores.”
Cerremos esta serie de citas con el cantar titulado “A la manera Tlaxcalteca”:
“Hemos llegado aquí a Tenochtitlán, esforzaos, vosotros tlaxcaltecas, huexotzincas…
Esperemos aún las barcas del Capitán, ya se acerca el montecillo de banderas,
ante él ya perecen los macehuales mexicas, ea, esforzaos.
Ayudad a nuestros señores. Los que tienen armas de metal destruyen al agua, al monte, la ciudad,
destruyen todo lo que pertenece a los mexicas, ea, esforzaos.”
De las citas realizadas me interesa destacar en concreto dos expresiones: la primera es “Dador de vida”, la segunda “el Dueño del cerca y del junto”; ambas expresiones aluden a una idea de unicidad. La primera cuya grafía en náhuatl corresponde a Ipalnemohuani, además, alude a la acción de dotar de vitalidad, es decir, a la capacidad de poner en movimiento; la segunda escrita en náhuatl como Tloque Nahuaque, se refiere, a un ser que agrupa, que contiene, un ser dominante, en tanto que es el “Dueño”. Surge la natural pregunta sobre porqué si las poblaciones prehispánicas, tenidas hoy día como politeístas, expresaban en sus cantares relacionados la guerra, las ideas de un ser supremo que dota de vida, que crea y que todo lo contiene; ¿Por qué si en otros textos como la tan cuestionada Historia General de Sahahgún se alude a deidades de guerra como Hitzilopochtli, en estos cantares dicho dios ni siquiera figura? ¿Por qué no se alude tampoco a otros dioses del llamado panteón mexica como Quetzalcóatl, Tláloc o Coyolxauhqui? ¿Será entonces que dichos cantares “prehispánicos” fueron escritos por personas de origen indígena que ya habían sido educados en los colegios de los frailes hispanos?; esta última inquietud cobra más fuerza cuando leemos en el Canto de Axayácatl: “Cumpliste lo merecido, palabras divinas, hiciste, sólo tú moriste en la cruz…¿A caso se cansa, tiene pereza, Dios, el Dueño de la casa, el Dador de vida?” cita de la que se aprecia forma indistinta el uso del concepto, Dueño, Dador de vida y Dios (en náhuatl: Tiox)[1] aludiendo además a la figura retórica de “aquel que murió en la cruz”, figura que no requiere mayor explicación para su comprensión.
No es casual ni esporádica la aparición de dichas expresiones, en otros cantares relacionados con tópicos totalmente diversos entre sí, es recurrente la presencia de dichos conceptos. Cantares como “Canto mexica de primavera…”, “A la manera de Huexotzinco”, “Canto de privación” o “Canto de riego”, entre muchos otros, dan testimonio de ello y se invita al lector a adentrase en dicho mar de letras para hacerse su propio juicio.
Desde luego que esta no es la primera vez que se realiza un cuestionamiento sobre el origen de diversos textos a los que la historiografía oficial les ha dado el adjetivo de indígenas, autores como Guy Rozat o Pantoja Reyes, han realizado profundas críticas al corpus de textos que tradicionalmente se han impuesto como fuentes de origen indígena, entre dichas obras se encuentra “La visión de los vencidos”, compilación comentada por Miguel León-Portilla que la mayoría de la academia tiene por un auténtico abrevadero de verdad, como si los indígenas, ya colonizados, estuvieran hablando por sí mismos, sin el sesgo del pensamiento cristiano medieval impuesto por los ibéricos.
Queda buscar bajo las estructuras de los discursos hegemónicos, externos e internos, las voces de aquellos a quienes por siglos se ha intentado encerrar en los calabozos del olvido, hurgar en las capas discursivas hasta escuchar los ecos que tal vez están ahí, luego de quinientos años, encontrar la historia de los “sin historia”, la voz de los “sin voz”.
[1] Para entonces el valor fonético de la x correspondía al sonido sh, de tal forma que escucharía como Tiosh. Igualmente escribían camixatli para referirse a una camisa, axnoh para un asno, o cashtiltecah, para referirse a los originarios del Reino de Castilla.
Fuentes:
Bowles Davir. “Mexican X Part XI: Rise of a New X”. Medium.
https://davidbowles.medium.com/mexican-x-part-xi-rise-of-a-new-x-4c30c0f74ad8
Curiel Defossé Guadalupe, León Portilla Miguel, et. al. “Cantares Mexicanos”. Ed. UNAM-Fideicomiso Teixidor. México. 2011.
De Sahagún Fray Bernardino, “Historia General de las Cosas de la Nueva España”. Ed. Porrúa. México. 2019.
Pantoja Reyes José. “La colonización del pasado. El imaginario occidental en las crónicas de Alvarado Tezozómoc”. Ed. Colofón. México. 2017.
Rozat Dupeyron Guy, “Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la Conquista de México”. Ed. Universidad Veracruzana. México. 2002.
Víctor Hugo Martínez Barrera
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Se formó como abogado en la Facultad de Derecho de la UNAM y, como historiador, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sus líneas de trabajo son el Derecho Constitucional, los derechos de los pueblos indígenas y el período posclásico mesoamericano.