Ella… ella es ELLA, la idea de mujer, el desprendimiento divino del mundo de las ideas. Su imagen siempre joven, congelada en el tiempo. La chica de ojos de girasol encendidos, llameantes. Su mirada siempre le pareció un viaje en el cosmos. Fue ir al origen, al punto previo al Big Bang. Tal vez cuando el espíritu de Dios sobrevolaba los abismos. Al verla por primera vez, se plantó en él la semilla para visitarla toda una vida. Ella sobre el tiempo; ella sobre el espacio; un ser casi omnipresente. Ahí está nuevamente, sentada detrás del mostrador de caoba, anotando una serie de datos en una libreta taquigráfica desde su alto banco. Pareciera que está alejada de la tecnología, porque su trabajo retrata los usos y costumbres de un mundo que se desintegró en el tiempo, pero ella sigue, impertérrita, deslizando la punta de su bolígrafo Montblanc sobre las blancas hojas. Nataniel, siente que su corazón se estremece. Cuando decidió quedarse en ese pequeño hotel, jamás se imaginó que allí la encontraría. La recepción es pequeña pero llena de lujos, con muros revestidos de maderas preciosas, formando un todo armónico, donde los cuadros y tapices parecieran estar unidos en un mundo orgánico que transmite la idea de sofisticación isabelina. Él decide permanecer en silencio mientras toma asiento en el largo sillón de la sala estilo Luis XV que está a un costado del mostrador. Son solo ellos dos. De repente, Cecilia se levanta y mientras se acerca para atender al futuro huésped, se percata de que es él. ¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Qué sorpresota? Y le extiende los brazos para después fundirse en un tierno abrazo con Nataniel, que se había puesto de pie en cuanto escuchó la primera sílaba de la inconfundible voz aterciopelada que tanto endulza la memoria de sus oídos. Al separarse, él rápidamente responde con genuina alegría: ¡Hola Ceci! ¡Imagínate, la sorpresa fue mía cuando te vi! No esperaba encontrarte aquí. Obvio te vi desde que entré, pero estabas tan concentrada que me dio pena molestarte y mejor me vine a sentar. ¡No inventes! ¡Perdón! Estoy haciendo un estado de resultados para ver cómo salió el mes pasado. Mi pareja es muy ordenado en sus cosas y trato de que tengamos todo bien. De hecho el hotel es de él. ¿Tú crees? Pues qué bien, me da gusto que estés tan metida. Supongo que te gusta. Él es pastor luterano, es finlandés. ¡Guau! Qué padre. Pues la verdad en tu cara se ve toda tu alegría, se nota que eres feliz. La verdad sí, mucho. Nos complementamos muy bien. Nataniel siente una extraña melancolía flotando entre sus sentidos, de alguna manera presiente el final… nuevamente. Ella ha sido su huésped furtiva en casa, su compañera de escuela, su invitada de incógnito a algún restaurante o café. Lo curioso es que en muchas ocasiones está ocupada o tiene prisa, pero lo peor de todo es que ella, por alguna razón que nunca queda clara, siempre debe alejarse de él en algún momento.
La vez que posó sus ojos sobre el punto final de El Amor en los Tiempos del Cólera, Nataniel intuyó que esa podría ser, de algún modo, la historia de su vida. Un amor inacabado que es tan grande e intenso, que pareciera, su necesaria conclusión, un designio de la divinidad a pesar de las caprichosas circunstancias que se presentan a la vuelta de cada año, mes y día. Así siempre se pensó con Cecilia, la dueña de sus rezos, la dueña de sus añoranzas y, por ende, de algunos traumas. La palabra que surgía en los días amargos, en los que languidecía y pensaba que el sentido de la existencia se había evaporado en el calor de los acontecimientos. Cecilia y sus ojos, Cecilia y su voz eran la sobremarcha de su corazón para continuar. Hoy la verá nuevamente, aunque esta vez no será en un mundo onírico. Luego de treinta años en los que no encontró registro alguno de ella ni en el mundo físico ni en el digital, podrá saber por fin si en esos ojos sigue viéndose el fuego de los girasoles.
Lleva esperando cerca de veinte minutos, con igual número de reacomodos en el sillón del gabinete que da al ventanal. Esto nunca fue predicho por un sueño: el verse en el Portón. No es precisamente el lugar más acogedor para él, pero la verdad, nada importa, con excepción del control de la sudoración en sus manos. Su nerviosismo crece con el paso de cada segundo. Siente una regresión; el adulto que lo protegía se ha ido, dejando al muchacho enamorado. Mientras toma algo de aire para luego soltarlo lentamente por la boca, ella aparece ahí, de pie, al lado del gabinete, con una sonrisa indescifrable. ¿Qué te pasa Nati? ¿Te está dando un infarto? Y suelta una carcajada. Nataniel se pone de pie y la abraza cariñosamente, luego le da un beso en la mejilla. Ella le acaba de hablar como si no existieran años de por medio, así que el estrés rápidamente va viendo su extinción, dejando en libertad a los músculos de las piernas, hombros y abdomen del hombre. Con una sonrisa, él se disculpa y pone como pretexto un dolor en la espalda. Lo que sigue es una extensa plática entre tazas de café. Ahora son parte del bullicio del lugar. Ahí Nataniel sabe que Cecilia está divorciada desde hace años, luego de vivir un calvario rebosante de violencia doméstica. Sus dos hijos ya son adultos, los tuvo pocos años después de terminar su relación con Nataniel, sin haber cumplido, siquiera, veinticinco años. Mientras le cuenta su historia, en la cabeza del hombre se van apagando los breves recuerdos de los sueños más importantes con ella. La realidad va imponiendo su ley, ahora conoce pedazos de una vida que había sido tan lejana. Al rugir el escape de una motocicleta a su costado, en la calle, ambos se percatan de que el sol se ha ido. Es hora de pedir la cuenta. Ha sido una tarde agradable, bien vivida. No hubo sobresaltos, solo dos adultos, dos viejos amigos que se han cruzado nuevamente en el camino. Cuando regresa a su casa, Nataniel piensa, con tristeza, que los girasoles de los ojos de Cecilia se han secado, y que los viajes por el cosmos no existen más. Ella es ella, la misma, pero diferente. No tiene nada que ver con la chica que lo visitó, durante treinta años, en más de un centenar de sueños. Se siente confundido, la decepción y la paz están en pleno duelo dentro de su corazón. Ha sido un hombre que ha vivido muchos años en el pasado, añorándolo, pensando, en función de ello, en un futuro ultraterreno, donde Cecilia y él gobernaran las galaxias. No se había dado cuenta que el presente es lo que es, sin ornamentos, sin pirotecnia, es parco, es sabio. El amor que le estropeó tantas relaciones, el que estaba esperando en la cima del empíreo, solo fue una idea, una muy bella, llena de fuego, pero solo una idea, inasible y embustera.
Mauricio F. Del Real Navarro
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Zacatecas, Zacatecas, 1982. Doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de México. Amante del estudio de los fenómenos sociales y su inclusión en el mundo literario. Poeta aficionado.