POEMAS NAVIDEÑOS
Vísperas con pulso en expansión
Agrietados
en un mar
de luces navideñas
entre sábanas nocturnas
esencia de vainilla y frutos huecos
Sumergidos
en las profundidades
del vino tinto
un par de versos copulan
para engendrar nuevas estrellas
Encienden antorchas
ebrias de cariño
y calientan las manos al invierno
(el fuego cura
pero quema primero)
y hacen el amor como espaguetis
vuelan sobre la cena
encima del pavo y del puré de mamá
Un corazón
eyacula notas
el otro percibe cantos celestiales
después del éxtasis
colocan manteles
enfilan los cubiertos
según el número de dientes
sobre la mesa
y esperan
esperan sentados por el postre
Navidad es ambigua
hay un sabor agridulce en el ambiente
están los cuentos de Charles Dickens
(y siempre recuerdo
la carta que Kafka escribió a su padre)
Amantes de la palabra
el par de versos vuela emancipado
en una nochebuena con pulso en expansión
A fin de cuentas
el año nuevo siempre llega antes
y el rencor es una ofrenda
que deshacen los colmillos del viento
Prusten
Una cicatriz
nocturna
camina
sobre los
pétalos del agua
montada
en un tigre blanco
en un tigre blanco
montada
enciende
las arterias de la noche
a su paso
Devora
su reflejo
de montículo
lunático
germina
un
bramido
en expansión
Una herida
concéntrica
chapotea
en silencioso
menguante
montada
en un tigre blanco
en un tigre blanco
montada
una cicatriz
nocturna
se desnuda
Santa, el joven espigador
A pocos minutos del crepúsculo, vi a Santa Claus caminar rumbo al baldío de la manzana hasta perderse en callejuelas. Empujaba un carrito y portaba un gorro escarlata con una gran pelusa blanca en el vértice de la tela deshilachada. Hurgaba y recogía entre la basura lo que parecía aún tener vida útil, hasta que armó su carga perfecta, y siguió su camino con el carrito pleno de sacos plásticos que rebasaban su constreñida altura: bolsas saturadas con guantes de látex rotos, embadurnados en jalea, cubrebocas desgastados con la esculpida nariz aún presente, torundas ensangrentadas, agujas de bisel achatado, frasquitos con olor a anestesia en su interior.
Quiero pensar que eran regalos sin moño y no deshechos del hospital cercano a mi casa. Las juzgadas sobras para unos, son tesoros para otros. Era Papá Noel en los huesos, con brotes adolescentes en el rostro, quien tiraba entusiasmado de aquel trineo. Los ojos desdeñosos que advirtieron su presencia se partieron en dos; unos a la izquierda, otros, a la derecha (como las aguas del mar rojo para dar paso a Moisés). Lucía radiante. Dios estaba en su sonrisa. Quiero pensar que aquellas bolsas, eran presentes para niños menores; claro, con menor suerte que la de Santa, el joven espigador, en busca de su tierra prometida.
Esperanza negra
Finjo estar dormida
para que el gato negro
(el de las calles muertas)
brinque y coloque sus finas patas
sobre el alfeizar de la ventana
y penetre en la sala quieta
coma
y beba
de los platos
que he puesto para él
Como cada noche
desde que mi padre
abandonó la casa
un gato negro
brinca
y encuentra a una rota familia
sin buscarla
y pasa la noche
encima de las sábanas
frías sábanas que dejó mi padre
Sombra oceánica
en el devaneo
de resoplidos entrecortados
y maullidos ausentes
el gato negro
perdido en el abismo del ensueño
desaparece antes que el sol
teja sombras
a su paso por la tierra
Un gato negro
es el amor que jamás llegó a mi vida
la esperanza negra
que mi madre sufre mientras llora
para que mi padre
regrese en navidad
con sus ojos cetrinos
envueltos
en su negrura satinada
Vanessa Carlos
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Poeta y médico cirujano. Maestra en filosofía e historia de las ideas. Doctorante en Artes en teorías estéticas por la Universidad de Guanajuato.