Entrevista al escritor zacatecano, Bernardo Araujo Cortés

Por Mauricio Del Real Navarro

A Berni Araujo lo recuerdo como un tipo serio pero muy afable. Al terminar la preparatoria le perdí la pista, hasta que un día encontré en la internet una entrevista que le hicieron en un diario local. Se había convertido en uno de los narradores más interesantes del ambiente literario zacatecano, recibiendo incluso reconocimiento a nivel nacional, por lo que tuvo el privilegio de asistir al taller de Daniel Sada, quien, en su momento, le lanzó un primer comentario a su trabajo: tienes oído para escribir. El adolescente que algún día me dijo que le gustaba la ficción de Isaac Asimov, ahora generaba sus propios relatos. A más de dos décadas de eso, ahora tengo el privilegio de charlar con él sobre literatura.

¿A qué le atribuyes tu acercamiento a la literatura y cómo se dio éste?

 Yo plantearía tres momentos cruciales. El primero es que mi mamá es una gran contadora de historias. Cuando era niño ella contaba muchas historias: familiares, ficcionadas, leyendas, públicas. Creo que de ahí me viene la vena de contar y disfrutar escuchando y leyendo historias bien contadas. Por otro lado, desde mi formación educativa siempre sentí más interés y más facultades dentro del campo de las materias sociales. En esa época leía lo necesario para sustentar una materia, pero desde niño sentía atracción por estas áreas de conocimiento. En mi formación profesional se fueron conjuntando estas ideas y llegué a la conclusión de que servía para el mundo de lo social. Creo de ahí me viene. Ahora, hay un tercer momento que en realidad resulta crucial: a mis diecisiete años asistía a una taberna que era de la familia de un amigo muy cercano. Ahí coincidían clientes que eran profesores universitarios, diputados, médicos, es decir, gente que era cercana a la universidad y tenía conciencia social. Yo ahí me adentro a las charlas y me empiezan a mostrar que puedo entrar a esas dinámicas discursivas. Eso me marcó muchísimo. De hecho seguí yendo como universitario, ya no apoyando en las labores del lugar sino como cliente, ya con amigos, como un bohemio más. Sabía que encontraría gente con quién platicar cosas de mi interés.

Hay intelectuales que se interesan más en el ensayo que en narrar historias. Incluso hay quien dice que la narrativa dejó de ser interesante por el desgaste de las estructuras narrativas. Roberto Bolaño, por ejemplo, tenía cierta obsesión con la estructura de los textos literarios. Es claro en ello la forma en que está construida su novela Los detectives salvajes. Para él la historia era importante, pero no lo más importante, sino la forma de contarla. En tu caso, ¿por qué elegiste la narrativa y no el ensayo?

Yo he abordado el ensayo desde la parte académica. A mí me gusta el ensayo literario, pero también el que va más allá de lo literario, que habla de los entornos sociales, históricos, políticos y de autores cuyas obras calan en esas temáticas. Vargas Llosa, por ejemplo, tiene ensayos de ese talante, más allá de sus filiaciones políticas; sin soslayar, claro está, el caso de Octavio Paz. Sin embargo, no soy tan cercano al ensayo político; al ensayo social un poco más, aunque tengo pocas herramientas teóricas. La crónica también me interesa, pues muchos cronistas hacen de fondo un gran ensayo del mundo social. Esto es lo que me llama la atención.

Pienso también en que muchos poetas son muy buenos ensayistas. Creo que se debe a que muchos de ellos tienen formación filosófica, por lo que tienen más de qué hablar, más allá de escribir bien o de usar nuevas estructuras, ya que el pensamiento está en juego como una posición con respecto a lo que sucede en la realidad. Pienso en Octavio Paz, que hace de su ensayo también poesía. Está también el caso de Nietzsche o de Schopenhauer, quienes dentro de sus ensayos filosóficos plantean verdaderos postulados sociales, políticos y casi poéticos.

Yo no me siento un gran ensayista, pero tengo algunos relativos a mis investigaciones dentro de mi posgrado en Literatura Hispanoamericana. En este sentido, me viene a la cabeza el trabajo de Salvador Elizondo, cuyos ensayos son verdaderamente poéticos. También los ensayos de la española María Zambrano, quien tiene trabajos filosóficamente duros, pero literariamente muy bien hechos, muy bien trazados.

Si no recuerdo mal, uno de tus primeros acercamientos a la literatura fue la poesía, ¿es así?

 Sí, así es. Yo no tenía mucho interés en la literatura, por lo menos no de fondo. A mí me gustaba mucho la música de los Doors. Era una época en la que yo no entendía qué demonios decían en sus letras, pero la melodía y el ritmo me impactaban. Durante ese tiempo, un amigo mayor que yo, en una feria del libro, mientras hojeábamos libros y revistas, me regala un libro con las traducciones de las principales canciones de los Doors. Yo me lo receto completito. Ahora sabía qué decían las canciones de los Doors. Por esa época alguien me preguntó, ¿qué estás leyendo? Y yo le contesté que me habían regalado un libro con las letras de los Doors. Entonces me hizo la observación de que las letras de Jim Morrison eran poesía pura. Entonces yo pensé en ese momento: yo quiero hacer eso, si voy a hacer algo, quiero hacer eso. Es así que empecé a leer, por recomendaciones de conocidos, a poetas mexicanos, latinoamericanos, y ahí fui entrando, tratando de trazar mis primeros intentos de poemas, hasta que llego con los simbolistas franceses, los llamados poetas malditos, con los cuales me quedo instalado cerca de dos años, porque me dejaron cuadrado y además eran los cercanos a Jim Morrison. Entonces todo me hizo click en ese momento. Fue la época entre mis 17 y 19 años. Y sí, empecé escribiendo poesía, pero empiezo a incursionar en talleres literarios, con lo que me surge la necesidad de contar cosas. Entré de hecho a un taller de narrativa en el que duré más de 15 años con mi sensei absoluto de narrativa, Alberto Huerta. Cuando llegué, él me preguntó: ¿tú qué escribes? Entonces yo le dije que no había escrito más que poesía. Él me dijo que ahí no había poesía, que él era narrador y no entendía ni jota de poesía, que a pesar de que le gustaba no me podía enseñar poesía. Yo le dije que quería contar cosas, que quería escribir cuento. Al final, de su taller surgen mis dos primeros libros de narrativa, con esa necesidad de contar. Desde luego que no olvido mi vena poética, solo la dejo a un lado.

Encuentro que la manera en que narras va generando muchas imágenes poéticas, es decir, creo yo que la poesía ha sido una gran herramienta para contar con una mayor flexibilidad al momento de ir desarrollando tus historias. ¿Es así?

 Cuando yo empiezo a generar mis primeros cuentos, yo tenía una gran duda, era un gran problema personal. Para mí escribir narrativa era un gran problema estructural, era más difícil que resolver una ecuación. Sin embargo, sí tenía también cierta manera de contar que ya estaba dentro de mí y así aprendí a soltarme y a jalar ciertas amarras estructurales que me funcionaban. De hecho, sí hubo un momento en el que quise ser un narrador que tuviera un fondo poético. Pienso obviamente en Juan Rulfo, pienso obviamente en toda esta generación de autores latinos y mexicanos que dentro de sus cuentos tienen poesía absoluta. Desde luego está Borges y otros sudamericanos. Yo lo veía como un gran reto imposible de cumplir. Sentía que no sería un narrador que tuviera una poética interesante. De hecho no sé si lo he logrado,  pero de alguna manera creo que son cosas que van saliendo por sí solas con los antecedentes que uno trae.

Precisamente encuentro que hay una influencia fuerte de Juan Rulfo en algunos de tus cuentos cortos, por ejemplo, en Todo se seca. Al leerlo me recordaba mucho los relatos de El llano en llamas.

 Es correcta tu percepción. Juan Rulfo cala profundamente en mi narrativa y en mi manera de ver el entorno social mexicano, por supuesto que sí. Después vendría José Revueltas a complementar o a actualizar esa visión del campo mexicano o del Bajío mexicano. Rulfo, en una entrevista en España, se refiere a la región donde él nació, y sobre la que escribió, como una zona completamente desolada, pobre y violenta. El mismo Revueltas sigue hablando de esas zonas desoladas, pobres y violentas, y muchos otros narradores posteriores. Sí se trata de un espacio literario, y que además existe, que tengo muy presente.

Justo en este tipo de cuentos encuentro el vínculo entre lo literario y una preocupación social. Para mí, da cuenta de una persona que tiene la capacidad para observar con detalle cuestiones del mundo social que significan sufrimiento. ¿Crees que la literatura es un instrumento valioso para generar una transformación en el mundo social o crees que es un artículo más de consumo para el entretenimiento?

 Hace mucho que nos enfrentamos a un capitalismo atroz que lo consume todo. En ese sentido, la literatura no tendría dónde pararse para hacerle frente. Además, este uso indiscriminado y hasta bobo de las redes sociales no ayuda mucho para contrarrestar lo que sucede. Ahora bien, desde hace unas décadas han existido intentos plausibles en el arte y literatura digital. Gente como los youtubers o los perfiles que comparten contenidos literarios en Instagram son necesarios en el mundo de hoy para llevar a los más jóvenes, o a los no amigos de la lectura, el conocimiento de algunos hechos, autores y obras importantes para la comprensión de las sociedades; sin embargo, percibo un riesgo, el de que tales obras se queden en la mera referencia de cultura general o en la frase para compartir en redes sociales, para decir que sabemos o conocemos sobre tal o cual tema, sobre tal o cual autor, sobre tal o cual tópico cultural o científico, en esta inmediatez de que todo está en la red listo para consultarse y tener dos o tres datos para el café. A pesar de todo esto, siempre habrá personas que serán importantes para expresar ciertas verdades o ficciones que son importantes para una época o un lugar específico en el mundo, en el que los mejores casos pueden trazar incluso discursos universales, me refiero a la parte literaria más plausible, más emblemática. No sé si la literatura pueda transformar al mundo, pero sí estoy muy cierto y determinado en la idea de que todo arte es indispensable para ofrecer distintas lecturas o imaginarios que ayuden a comprender mejor la diversidad del mundo o de los mundos posibles. Lo importante es llevar el mensaje al mayor número de personas. Me preocupa un poco la idea de crear máquinas y programas (que ya se ha hecho) que escriban poesía con base en juegos algorítmicos. Es cierto que muchos poetas experimentales y surrealistas han realizado hermosos  e interesantes trabajos empleando un tanto el azar o la intuición, pero es indispensable el elemento humano para procesar dichos mensajes y llevarlos a un formato literario como tal. Me viene a la cabeza, en este aspecto, un fragmento de un poema de Borges que dice:

Gracias quiero dar al divino laberinto de las causas y de los efectos

Por la diversidad de las creaturas que forman este singular universo

La literatura, hasta donde entiendo, sirve, entre otras cosas, para evidenciar tales posibilidades de ser y de estar en el mundo. En ese sentido, la literatura no creo que pueda salvar al mundo pero sí creo que es necesaria e indispensable en el mundo de hoy y en el próximo. La literatura depende mucho de la intención. Hace un momento hablaba de Salvador Elizondo. En uno de sus ensayos habla de la diferencia entre “intuición literaria” e “intención literaria”. Todo depende de la intención que tenga el autor de la obra y de la percepción que tenga el lector, de lo que espere encontrar. Incluso todas las contraposiciones son necesarias, de lo contrario hablaríamos de una verdad absoluta.

¿Existe alguna intención en el orden y el contenido de tu obra?

 De algún modo los temas eran y siguen siendo de corte existencialista, del estar o permanecer en una reacción del mundo que podría desaparecer o modificarse en cualquier momento. Esa fragilidad que vuelve a cualquier instante algo singular o algo meramente accesorio o sustituible. Eso me interesó desde el inicio. De igual forma, el tema de la muerte es algo que también me ha atraído desde mis inicios y hasta la fecha creo que sigue prevaleciendo en mis textos. Una vez más la fragilidad y la certeza de gozar o padecer un fragmento del mundo. Más adelante me llamó poderosamente la atención la literatura negra o policiaca, que en palabras de Mempo Giardinelli sirve para interrogar primero y para comprender después el mundo en que vives. Esto es algo en lo que me he enfocado en los últimos años. De hecho, mi especialización de posgrado va enfocada a la literatura negra que sigue siendo esa preocupación social, porque lo negro, más allá de lo policiaco, se encarga de mostrar esos dolores sociales, más allá de que haya muertos, detectives y policías, en la literatura negra hay profundas laceraciones sociales, y eso me importa muchísimo. Esto es lo que leo, investigo y escribo hoy en día.

¿Hay distintas circunstancias personales en tu vida, que finalmente hayan incidido en el rumbo de cada libro, al momento de escribir Llorar el viento, Las ramas secas del naranjo y Toque de queda?

 Sin duda mis libros están marcados por momentos específicos de mi vida. Llorar el viento es mi primer libro de cuentos. Ahí están mis primeros ejercicios narrativos más o menos armados con formalidad y estilo propio. Seguramente en ese libro son más notorias mis influencias y gustos personales. Fue publicado en un proyecto independiente que hicimos unos amigos y yo.  Tuvo la suerte, la fortuna de que el abogado, Jorge Salmón, que en paz descanse, narrador y poeta zacatecano, le hizo el prólogo. Eso me posicionó un poco dentro de la narrativa joven de Zacatecas. Ese fue mi pequeño principio.  Después vienen  Las ramas secas del naranjo, que creo es el libro de cuentos mejor construido que he escrito. Este libro mereció la crítica favorable de Ignacio Trejo Fuentes, un crítico hidalguense. Esto me provocó una satisfacción insospechada. Más de uno de estos cuentos ha sido publicado en medios locales, nacionales y digitales. Fue publicado por la Universidad Autónoma de Zacatecas en 2009. Toque de queda fue publicado por un sello editorial zacatecano que obtuvo recursos del FONCA para publicaciones independientes. Dentro de esta colección se publicaron obras de autores jóvenes de centro-occidente: Jalisco, Guanajuato, Durango, Querétaro y otros estados. En este libro inicié experimentando la narración hiperbreve, los cuentos brevísimos. Luego de los libros anteriores, me pregunté, ¿qué voy a escribir ahora? Empecé escribiendo cuentitos, aunque en realidad tienen muchos nombres y no se ponen de acuerdo los expertos: cuento hiperbreve, minificción, en fin. Yo empecé a jugar con estas pequeñas estructuras y terminé una coleccioncita de unos 30 cuentos hiperbreves y se quedaron ahí en el cajón. No me parecía que fuera un obra concluida, sino algunos buenos ejercicios. Pasa el tiempo con esos cuentos en el cajón y de pronto la realidad social de esta ciudad cambia drásticamente. De ser la segunda ciudad más tranquila de México, junto con Colima, resulta ser alguna de aquellas ciudades en donde más cala la violencia. Eso me salta de pronto. De ser un lugar donde podía regresar a mi casa caminando a altas horas de la noche durante mi adolescencia, de pronto no puedo salir de mi casa porque en pleno centro histórico hay personas fallecidas con disparo de arma a quemarropa. Eso me estremece porque contrasta mucho con mi infancia. Entonces empiezo a soltar cuentos sin la intención de que se formaran a partir de la nota policiaca, sino más bien ficciones en donde los personajes fueran libres, porque en el mundo social tanto de la ciudad como del país eso no era posible. Es así que empiezo a jugar con estas estructuras, con cuentos hiperbreves y terminan siendo algunos, incluso, relatos no tan cortos, en donde se explora el sueño de la libertad individual y privada, y hasta los sueños más abyectos de algunos personajes. Éste es más o menos el decurso de estos libros, abarcando desde 2004 hasta 2013. Desde luego hay otras cosas en el cajón del sastre esperando su momento.

Yo encuentro ejemplos, en tu trabajo, de finales abiertos donde se le invita al lector a construirlos, como sucede en el cuento Toque de queda, ¿te planteaste esa estructura? Por otra parte encuentro ejemplos contrastantes con esto, como en Secuencias, cuento de Llorar el viento, donde hay un final que pareciera referir a una historia circular, a un bucle. Por otro lado, abundan los personajes estoicos, como en el cuento Todo se seca. ¿Es correcta mi percepción?

 En el caso de Toque de queda sí fue, en términos de Elizondo, una intención narrativa. Ahí la idea fue que todos los cuentos tuvieran un final abierto y provocar al lector para que completara esas historias, para que hiciera su labor. La intención fue que todos los cuentos tuvieran al menos dos posibilidades de final y que el lector sacara su conclusión propia, su final personal. Sin embargo, en el caso de textos anteriores, por ejemplo en el cuento Secuencias, de Llorar el viento, creo que ahí tuvo mucho que ver las lecturas que yo traía. Acabo de mencionar a Morrison y a los Doors, y a esta época de lecturas que trascienden el mundo real; eso tuvo mucho que ver. De algún modo son temas que todavía me siguen calando pero que no he seguido explorando propiamente. Son de esas cosas que uno va dejando en el cajón y que en algún momento aparecen de pronto. En el caso de los personajes estoicos sí estoy de acuerdo, y es un elemento totalmente arbitrario de mi entorno, no es intencional, a veces hasta a mí me molesta como autor que muchos de mis personajes sean tan estoicos, porque de alguna manera es algo de lo que yo también me quejo de mí mismo. Tiendo a ser muy estático en muchas situaciones y eso me molesta. También en textos anteriores encuentro finales abiertos que no fueron premeditados. Creo que ahora en lo que estoy intentando escribir, en lo más nuevo, me estoy enfrentando con eso, en apretar un poco más el final, en plantear estructuras más cerradas en la conclusión. No sé si lo vaya a lograr.

En este contexto de intencionalidades con base en tus experiencias, en tus conocimientos, en tu historia de vida, ¿hay alguna misión que tú crees tener como escritor, como narrador, o simplemente es el placer de escribir y usar las palabras?

 Es un problema con el que todo creador se enfrenta y cada creador lo asume de diferente manera; tiene qué encontrar su metodología para responder a esa problemática. En mi caso, en un inicio sí fue mucho la intención de ser muy formal, de observar ciertas estructuras, no salirme del cuadro, de observar ciertas metodologías como si me fueran a hacer un examen.  Narrar era un problema complicado hasta el nivel de lógica, era un problema que me partía la cabeza. Tal vez por eso no he escrito tanta narrativa como me hubiera gustado. La pienso demasiado, la reelaboro demasiado. Sin embargo, en el fondo, y eso casi es una lección que yo me tengo que dar cada cierto tiempo, debo decirme a mí mismo que tengo la obligación de disfrutarlo. Es muy difícil por esta idea de que cuando uno disfruta lo que hace tal vez esté haciendo cosas muy básicas, muy elementales. En mi caso, es un problema personal, ¿a quién le hago caso? ¿al método y a la intención o al mero placer? Trato un poco de conjuntar las dos cosas.

Hay mucha gente en el mundo del arte que prefiere lo crudo, lo básico pero que sea genuino, y no seguir el método. ¿Qué punto de vista te merece esta idea tomando en cuenta la contraposición entre estructuras narrativas, como comentamos antes, una obsesión de Bolaño, y los deseos, sentimientos, conjeturas y visualizaciones que tiene el escritor sobre el mundo que le rodea?

 En los últimos meses, aprovechando la pandemia, me he puesto a leer autores que se decantan más por el goce de escribir y el goce de contar algo. En el caso de Bolaño, me parece que es la escuela que traían los sudamericanos de esa época. Todos los que son mencionados en Los detectives salvajes, o por lo menos, muchos de ellos, cojeaban de ese pie, es decir, perfeccionista, estructuralista. Yo mismo, en mi formación, sí peco de un estructuralismo como meta. Sin embargo, hoy en día está saliendo a flote cierta narrativa, sobre todo femenina, que viene muy de la entraña y está provocando un estruendo serio en el mundo literario internacional, no solo latino. Yo creo que ya le tocaba a la narrativa de sangre y hueso enfrentar las obras desde esa perspectiva. Después ya vendrán otras temáticas, otras preocupaciones sociales, públicas, hasta lúdicas, pero de fondo está la entraña profunda de estas narradoras.

Bernardo del Patrocinio Araujo Cortés

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Zacatecas, Zacatecas, 1981. Licenciado en Derecho y maestro en Literatura Hispanoamericana. Poeta y narrador. Asistente al taller de narrativa contemporánea de Daniel Sada. Ha escrito tres libros de narrativa: Llorar el viento, Las ramas secas del naranjo y Toque de queda. Tiene un cuarto libro (de poesía) aún en espera de ser publicado. 

FB: Bernardo Araujo             

Twitter e Instagram: bacmx

 

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