Fíjate que un equipo de fútbol siempre identifica algo:
una barriada, una esquina o, más simple todavía,
un grupo de amigos. No importa la trascendencia que
esto tenga. Y en una sociedad como la nuestra
donde las clases trabajadoras viven presionadas, sin la
alegría de vivir para algo más que un plato de comida,
el fútbol se convierte en el medio idóneo para experimentar
algo tan importante como es el orgullo.
César Luis Menotti
-Fútbol sin trampa
¡Hazla papá! ¡Chiquita, chiquita! ¡No! ¡Dámela al pie, mijo!… Siempre la misma cantaleta. El Chipotes siempre regaña, y mientras jueguen juntos, regañará, a Efraín. Su precocidad no lo ayuda, el hecho de ser el más joven del equipo es el boleto para que el goleador lo pendejeé cuando se le pegue su rechingada gana. Efra es veloz, ligero, tiene regate, es atrevido, pero suele obnubilarse al decidir la última jugada. Siempre anda desbordando; siempre le rompe la cintura al defensa lateral, pero ¿de qué sirve? Cuando llega a línea de fondo muchos de sus centros le recuerdan que no es Rodrigo “el Pony” Ruíz, y salen, burlescos, por detrás de la portería. Incluso, en no menos de cinco ocasiones, su pase de gol ha sido para los volantes rivales, quienes han visto caer el balón, fuera del lindero del área grande, casi en sus pies, y fieles al romanticismo del llano, han iniciado los contragolpes mortales que han costado tres derrotas y dos empates. En realidad, el juego de Efra y sus carencias no es extraño, suele ocurrir así entre los jóvenes: todo es vertiginoso, avorazado, irreflexivo, hormonal, como si se tratara, en última instancia, de derrochar energía. Por eso, cuando sale, muy de vez en cuando, un chico con el despliegue físico propio de los novatos, pero las emociones de un jugador maduro, no hay quién lo pare. Evidentemente, eso nunca ha sucedido en Zacatecas, o al menos, eso es lo que nos cuenta la historia oficial del futbol mexicano. Héctor Esparza, José Guadalupe Castañeda, Sergio Santana: muy buenos jugadores, y aunque orgullos regionales, no de élite. Quizás, tal vez, quien ocupa un lugar en los recuerdos de un futbol bohemio que no existe más, es Benjamín Galindo, mundialista en Estados Unidos 1994, pero su despliegue físico, su potencia, su velocidad, nunca acompañó a su golpeo excepcional de balón con ambas piernas ni a su visión de campo. Un Benjamín con el físico de Lupe Castañeda se hubiera comido la liga y hubiera tomado por asalto la selección nacional como si de una banda de parapléjicos se tratara. Sin embargo, a pesar de jugar dos partidos en el mundial, nunca fue titular indiscutible, mucho menos referente. Los partidos ríspidos, de lucha, de meter la pierna en todas las zonas de la cancha, no fueron lo de él. Con todo y cualquier observación que se pueda hacer desde el sillón, sin lugar a dudas, indiscutiblemente, Benjamín es el mejor jugador zacatecano de la historia.
La liga de Efraín, desde luego, no está en la épica televisiva ni en los anales de la FIFA, es terrenal, porque en Zacatecas hace un rato que dejó de ser, tal cual, “terregal”. Se salvó de las canchas de roca con tierra, como decían no pocos jugadores cargados de ironía. A él le tocó el césped sintético. Cambió las pequeñas piedras incrustadas en la palma de la mano luego de una caída, por las rodillas quemadas o los tobillos torcidos tanto por la dureza de la superficie como por la excesiva tracción. Aunque claro está, ahora no existe más el pretexto de fallar una recepción por culpa de alguna piedra que, juguetona, hacía que el balón saltara el pie acomodado a unos centímetros del suelo a fin de lograr una recepción con la parte interna. Cada vez que esto sucedía, era inevitable pensar en lo imbécil que era el inocente que sufría tal infortunio. Por eso la gente de futbol en Zacatecas, suele decir: no solo pongas el pie, pon todo el cuerpo. La realidad es otra en estos tiempo, la bola ya rueda más decentemente. Sí, puede haber algún hundimiento en el campo, pero nunca se comparará con el juego probabilístico que implicaba un balón raso en una típica cancha zacatecana de hace un par de décadas, donde había infinidad de vestigios minerales incrustados en el suelo, como si se tratara de recordar que para ser futbolista del semidesierto había que terminar con las calcetas y los dientes rojos debido a la tierra de la región; la piel de codos, antebrazos o rodillas pelada si aparecía la mala suerte de una caída; la boca seca por el sol quemante, incluso de invierno, y desde luego, los pies hinchados por jugar con balones Olmeca del cinco, que equivalían a patear a una especie de roca hueca que luego, irónicamente, rodaría entre muchas de su especie y, en algún momento, osarían desviar su trayectoria en saltos inesperados, fabricando, a veces, grotescas jugadas de gol. ¿Sería una especie de capricho del Creador para recordar a los jugadores zacatecanos de la época, que el futbol inglés estaba a miles de kilómetros tras el océano y que el juego de pelota, en realidad, era la semilla primigenia en estos lares? Quién sabe, el punto es que Efra no vive en esos tiempos, solo lo une el mismo sol abrasador de los incomprensibles horarios de juego y las historias esporádicas sobre los antiguos héroes de estas canchas: los hermanos Paco y Francisco Luévano, Arturo Márquez, Chabelo Trejo, Lupillo Martínez, el “Plátano” Martínez, Gerardo Fragoso, el “Zorro” Esparza, Edgar el “Cabo” Castro, Jorge «Mimoso» Raudales, Marco Cardona, entre otros. Y sí, tiene qué aguantar cada domingo al Chipotes, que gusta siempre del balón en el pie por la pereza que le da picar a los huecos, siendo, por ello, un jugador de contacto que normalmente juega de espaldas a la portería, tratando de girarse en el forcejeo para lograr algún disparo, y es que balón que le llega, balón que no suelta más, por eso su rendimiento fuera del área es bastante mediocre. ¿Qué le da entonces su estatus de divo en el equipo? Su juego dentro del área. Se trata de un estupendo rematador, especialmente con la cabeza: balón que toca su testa, así sea con la mollera, balón que entra bajo los tres palos, de ahí el apodo de Chipotes. La realidad es que a Efra le vale madre el griterío del holgazán, como él lo cataloga, al fin de cuentas, recibe muchos balones, muchos de ellos de Ángel, el contención no solo elegante y cerebral, sino también patrocinador del equipo, por lo que tiene la certeza de que a él, a Ángel, sí le satisface su rendimiento. Además, Efra es sacrificado, si pierde la bola, se castiga intentando recuperarla cuanto antes, y si es necesario, cuando al lateral rival se le ocurre agregarse al ataque, él hace la persecución hasta donde tope. El chico entiende bien de táctica, por lo menos de las zonas que debe pisar por su posición de extremo derecho. Ha visto tantas veces perder a los Pumas y a la Selección Nacional por errores en las coberturas, que sabe de memoria el tipo de jugadas originadas por holgazanería, por dejar suelto a algún jugador que se presenta al ataque por sorpresa: siempre va a sobrar y, si se la dan y tiene una pizca de talento, casi seguro será gol. Un gol anunciado, uno de esos que desde el televisor o desde la tribuna, duele en el alma, porque sabes, con varios segundos de anticipación, qué sucederá, y no puedes hacer nada ante la tragedia que se avecina. Son tantas las veces que ha hecho rabietas Efra como aficionado, que jamás le sucede a él. Además, siendo justos con el chico, más allá de sus yerros, llega a desbordar ocho o nueve veces por juego y, por lo menos, un pase que termina en gol cada quince días, sí pone. Si sacaran las estadísticas como en la televisión, en realidad sería uno de los cuatro mejores pasadores de la Liga Mayor, solo que nadie se da cuenta, ni él mismo. Obviamente, menos se percata de ello el Chipotes, así, tan embriagado de sí mismo, sintiéndose José Saturnino Cardozo, con su 9 en los dorsales. Pero además, Efra es el tercer mejor goleador del equipo, y cada vez que movió la red, fue por una jugada que él mismo fabricó. Algunos de los túneles más bellos de la temporada son de su autoría, de esos que despiertan la burla de quienes ven el juego con una cerveza en la mano.
Vete a probar, niño, le dice Ángel, mientras le da un aventón luego de un partido. Se te está pasando el tren. Eres muy bueno, estoy seguro que quedas. Lo de los centros lo puedes ir corrigiendo, es cuestión de repetir y repetir, tampoco le hagas mucho caso a Lalo (el Chipotes). Ese güey está frustrado porque en la juvenil nos llevaron al Benito Juárez y, como fue el goleador del equipo, se sintió en primera. Luego se fue a probar tres veces y no pasó nada. La verdad es que nunca ha sido muy listo para jugar, además se la baña con su egoísmo, pero pues es camarada, jugamos juntos desde la pony, tú dirás. Nada más porque no nos conocíamos en la diente de leche, jajaja. Ya hablando en serio, Lalo sí la arma, pero no le para la boca, un día le voy a decir para que veas cómo se emputa. Imagínate, Don Carlitos…¿has oído hablar de Don Carlitos? Bueno, Don Carlitos, el entrenador de casi todos en sus equipos del IMSS, siempre le decía: ¡Suéltela Lalo, suéltela! Y luego venía el típico, ¡Ay Dios mío! Es que este güey desde ahí la quería hacer solo, hasta que lo sacaba Don Carlitos, que en paz descanse. Por lo menos le pusieron al estadio su nombre, lo merecía el viejo, aunque la gente que no ha estado en el medio liguero de la ciudad se haya emputado… Aquí en Zacatecas hay muchos jugadores muy buenos, niño. Tú los has visto. Hay muchos con gambeta, muchos con gran golpeo de bola, muchos veloces, muchos muy inteligentes, pero casi ninguno disciplinado. Tú no seas así. Estás bien morrillo, aprovecha lo que tienes. Lalo pudo hacerla a pesar de ser personalista, pero siempre fue muy nostálgico e indisciplinado, eso lo chingó, no su cuento de siempre: que todo está amañado. Sí estuvo en las básicas de Chivas como cinco meses, pero se le atravesó diciembre, vino a la Navidad y jamás regresó a Guadalajara… Ahora hay muchas más oportunidades que en nuestro tiempo, por ejemplo, tienes a los Tuzos. La UAZ tiene muy buena estructura en futbol, aunque la neta, te recomiendo mejor irte, probar en Guadalajara o hasta en Torreón. Me da la impresión de que será más difícil, si te quedas aquí, llegar a primera. Además, no cuesta nada soñar cosas chingonas, como dijo el Chicharito.
El futbol es de mafias, niño. Lo que ves en la tele muchas veces está arreglado, le comenta el Chipotes a Efra, en medio de la carne asada para la que se reunió el equipo. Es domingo y el juego fue a medio día. Están todos ahí, echando chistoretes, burlándose de sus equipos de primera y de jugadores que consideran troncos. Siempre hay jugadas polémicas, pero, curiosamente, casi siempre benefician al equipo histórico, al que tiene más arrastre, continúa el Chipotes. Solo vi una sola jugada en mi vida que no benefició al equipo importante: el nocaut a Villaluz, cuando Cruz Alta le dio un mega madrazo y lo dejó inconsciente dentro del área. Esa vez robaron a Cruz Azul, pero esos azules, neta, hasta en eso están salados. Pero, ¿qué me dices del penalazo a Sosa en la final contra Chivas? Neta lo vieron hasta desde el espacio, menos el árbrito. ¿O qué tal aquella vez que el América derrotó al Necaxa en la final, cuando en cinco minutos lo rayos recibieron más goles que en toda la liguilla, en un partido que iba empatado cero a cero ya en el segundo tiempo? El Necaxa había ganado la ida y en ese juego no se veía cómo les metieran siquiera un gol, pero como si fuera un guión de Hollywood, el América resurgió de las cenizas para ganar, en una batalla “épica”, con gol de oro, el campeonato. Fueron campeones luego de trece años, derrotando a su hermano menor. ¡Ah, esos televisos! Jaja. Mira niño, eres bueno, solo que desperdicias muchas jugadas. Si perfeccionas tus centros, vas a ser de los mejores jugadores de Zacatecas, me cae, concluye el Chipotes, ya con tres cervezas encima, honesto y algo nostálgico por esos treinta y nueve años que lleva en las piernas. Pareciera que en Efra se ve él mismo con una nueva oportunidad.
Para mí el futbol es como el ballet, Efra, le dijo una vez su tío Óscar. No te rías, te lo digo en serio. El futbol es arte, es composición, movimiento, ritmo, armonía, expresividad y, sobre todo, creatividad. No juegan igual un alemán y un brasileño, ni un argentino y un holandés. Todos tienen sus formas de expresión. Vienen de idiosincrasias distintas, sienten el juego diferente desde las calles, apelan a mundos simbólicos propios. Si ves a los mejores jugadores de la historia, tuvieron su propio estilo y explotaron diferentes cualidades, pero todos, eso sí, tuvieron algo en común: enorme seguridad en su capacidad expresiva, como un solista en una sala de conciertos. Ahora mismo, Messi es un artista, no solo un deportista, cuando tiene el balón en los pies, sabes que no se quedará en los límites del planteamiento táctico, el tipo algo se inventará y romperá con lo previsto por el entrenador rival. Además, hay otra cosa: en el futbol se reproducen conductas de la vida cotidiana, eso es de lo más impresionante. En una cancha ves al egoísta, al narcisista, al cerebral, al trabajador, al apasionado, al miedoso, al confundido, al noble, al colectivista, al individualista, al artista, al violento, al impostor, al héroe… En el futbol puedes ver al mundo, ahí, encerrado en una cancha de 110 por 65, donde pueden incidir Atenea y Ares en el silbato del árbitro y en las decisiones del VAR o de la FIFA o de la FMF, ¡ve tú a saber! Así es el futbol para quien lo sabe ver, es un espectáculo, sí, pero no solo eso, es una recreación de la vida, de lo más encomiable y vil del ser humano, donde en no pocas ocasiones, se impone la injusticia, y para colmo, utiliza las cámaras, micrófonos y grafías de los medios de comunicación para potenciar su jactancia, fabricando héroes y villanos. Cuando terminó su discernimiento, Óscar buscó, curiosamente puntual, como si hubiera tenido escrito un discurso, un partido de la liguilla. Era un miércoles por la noche. Los burros del Güero que habían encargado no tardaban en llegar.
Me caga el nivel del futbol mexicano, se quejó hace unos días Arnaldo, el hermano mayor de Efra. Nos ofrecen un espectáculo basura. Se pasan la mitad del campeonato caminando y aprietan cuando apenas queda tiempo para entrar a la liguilla. Y lo peor es que ahora, más que nunca, ya cuando la eliminación directa esta ahí, viéndolos a los ojos, los entrenadores juegan al error, al 1-0. Se les olvida que la gente paga un boleto por verlos; como somos clientes cautivos que atendemos a la pasión y no a la razón, hacen lo que quieren con nosotros, trayendo extranjeros baratos y supuestos talentos mexicanos que solo demuestran las carencias del sistema de visorías en los equipos. En el llano se ven jugadores más buenos, talentosos, creativos, con una técnica envidiable, no que llega cada petardo a la selección mexicana con pies de yeso. ¿Cómo pudo ser Zague seleccionado nacional si no la tocaba con la derecha ni en defensa propia? ¿Si no sabía rematar de cabeza a pesar de medir como 1.90? ¿Cómo pudo ser “Chiquis” García un jugador mundialista? ¿Por qué Layún terminó marcando a Robben si el tipo batallaba para ser titular en su equipo? Por eso todos terminamos con la misma tristeza cada cuatro años…
En la mente de Efra todo es futbol. Todos los días hay algo, alguna liga en el mundo, algún programa especial, algún comercial, algo. El futbol está ahí, como una gran máquina que es más que un deporte, es una fábrica de dinero, es un instrumento de extorsión en Sudamérica, una palanca de control político y, sobre todo, un constructor de la identidad de muchas personas en el orbe. Efra sí sueña y come futbol, como decía un comercial. Su mente está en el estadio de CU, enfundado en la camiseta azul y oro, con el enorme puma en el pecho. Es su máxima aspiración, la idolatría de su papá y el anhelo frustrado de su hermano, quien de verdad se tronó la rodilla en un juego amistoso ante los Tecos de primera división, cuando militaba en el Zapotlanejo a sus diecisiete años, buscando llegar a la máxima categoría. A Arnaldo, un auxiliar de Eduardo Acevedo le acababa de preguntar su edad desde la orilla de la cancha, con su acento uruguayo, desde su posición jerárquica inalcanzable, y en su ímpetu, en su emoción desbordada por el coqueteo de una posibilidad que tanto estaba buscando, Arnaldo hizo una barrida kamikaze y la pierna derecha se le quedó atorada en el precioso césped del estadio 3 de marzo. Ese que tanto desearon pisar cuando vieron un par de juegos de la Universidad desde las tribunas. Rotura de ligamento lateral interno, desgarro de ligamentos cruzados y el menisco externo destrozado, fue lo que les dijo, literalmente, el traumatólogo. Ahí terminó el sueño de un contención que desde niño era reconocido por la gente de futbol de la ciudad.
Efra se siente cercano al profesionalismo, predestinado. Piensa que con su hermano hubo una gran injusticia del destino, y que tal vez con él se ponga a mano. Cuando camina por la Avenida México, rumbo a la Delicia del Helado, donde se encontrará con Marce, su novia, ve una fotografía gigantesca de José María Cárdenas, el “Chema”. Su hermano lo conoció jugando. Un tipo habilidoso, veloz, muy disciplinado tácticamente. Incluso llegó a jugar en el América, el odiado rival, pero el equipo más poderoso en todos los sentidos. Chema estuvo ahí, en los cuernos de la luna. Su problema fue, según Arnaldo, que se limitó a sí mismo, que se dedicó a ser cumplidor, encerrando con candado, dentro de sí, la desfachatez y alegría que mostraba jugando en el barrio. Fue el último héroe del futbol local, y el único que llegó tan lejos saliendo de las canchas de la zona metropolitana. Efra una vez lo conoció en la calle, cuando caminaba con Arnaldo para meter unos Progol. Un carrazo se acercó a la acera y bajó el cristal. Era él. Un muchacho muy sencillo en el trato, muy bromista. Así le pareció. Uno más del barrio. Mostró mucho respeto por Arnaldo; lo vio jugar a su máximo esplendor, según él mismo comentó. Por ello, al encontrarse ahí con el recuerdo de Chema, lo siente ejemplo e inspiración, lo hace soñar. Está en medio de sus románticas emociones cuando, por respeto, decide cruzar la avenida, pues había estado observando la imagen desde la otra acera. Su paso es militar. Siempre lo han criticado sus amigos por eso. Le dicen que él marcha, que se enseñe a caminar, que se relaje. Algunos del barrio, incluso, le dicen “Cabito”, y aunque al principio se enojaba, desde que conoció la historia de Cabinho, su mote lo inspira; olvida que es por cómo camina y no por su forma de jugar. Cuando se va acercando a la banqueta donde está la imagen de Chema, en el muro lateral de un multifamiliar, se da cuenta que se trata de un mural. Está pintado. De cerca es un Chema de caricatura, de lejos, como antes lo había estado observando, es un Chema realista, uno que puede pasar por fotografía. Está enfundado en la camiseta de la Selección Nacional, como agradeciendo al cielo. Ostenta el 21 en un costado del pecho. Efra piensa que es una invitación para que ningún futbolero deje de soñar. El chico que jugó donde todos juegan, llegó a la Selección, y no solo eso, fue campeón del futbol mexicano. Al llegar con Marce, le platica con emoción sobre el mural y Chema, ella, como era de esperarse, lucha por mantener la atención en una conversación que en su alma no tiene sentido.
Hoy es la final de la Liga Mayor, y Efra es titular indiscutible. Ya lo conocen, y en las Grúas Escobedo saben que al chico deben ablandarlo, porque si no lo hacen, no le van a ver ni el polvo. Así fue en el partido de la temporada. En cuanto agarra la bola, viene un embate en sus dorsales. Efra cae adolorido, con el codo del rival marcado por dentro, pero el chico sabe que así será, que en el futbol, y más en Zacatecas, jugar es un viaje por las raíces más profundas de la construcción histórica de la masculinidad. Por eso se levanta, lentamente, toma aire, y vuelve a poner su mente en la portería rival. Luego de un tenso partido liguero, con un 1-0 a favor, Efra ve venir la bola rasa. Son los últimos minutos del juego. Detrás de él solo está el lateral que lo marca y un central que sobra. Los demás rivales, por el flujo de la jugada, están volcados al ataque, y su compañero más cercano, el Chipotes, está en el centro, a un cuarto de cancha, lejos de él. Además, el veterano jugador ya no tiene aire. Efra ataca la bola y con un rebanón de parte externa, la recibe y orienta, quitándose la barrida por detrás del lateral que, por perder una fracción de segundo, llega tarde. El muchacho tiene el campo abierto para conducir directo a portería, por ello la tira larga, mientras ve al central correr, desesperado, en diagonal, buscando aventarlo a la banda; sin embargo, Efra, en un cambio de ritmo, hace como que picará directo, pero la tira hacia el centro con la parte externa de su pierna izquierda. El central se pasa de largo y al querer frenar, se resbala, por lo que intenta agarrar la bola con la mano pero no le da tiempo, ya es demasiado tarde. Efra tiene todo para meter el segundo. Escucha gritos de desesperación, dentro y fuera de la cancha, y el parloteo de sus propios compañeros queriendo dirigirlo a la distancia como si fuera un juego de video, pero el muchacho está muy tranquilo, él sabe que en el futbol lleva su propio arte, su forma de comunicarse con el mundo. En su mente está mover al portero, y cuando lo haga, inmediatamente ver dónde queda el espacio, así que lo recorta hacia la derecha y cuando el portero intento abalanzarse a sus pies, la pica por encima, con una calma tal que el niño de dieciséis años, parece, de repente, un veterano jugador de mil batallas. Cuando entra el gol y corre hacia la banda, le nace replicar la imagen de Chema, y se imagina a sí mismo en el muro. Nadie nota el homenaje, pero él, en su corazón, desea, con fervor, ser el siguiente.
Mauricio F. Del Real Navarro
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Zacatecas, Zacatecas, 1982. Doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de México. Amante del estudio de los fenómenos sociales y su inclusión en el mundo literario. Poeta aficionado.