Crónicas no marcianas. Fantasmas en la alacena

PARTE DOS

¿Cuántas veces he ido a tocar con el corazón roto? Muchas veces subimos a un escenario con una actitud despreocupada, sonrisas por aquí y por allá; todo en absoluta concentración o como si nos preparáramos para abrir la pista de baile, aunque por dentro, sea otra cosa.

Así fue el sábado pasado, caminando entre la gente, bajo las luces de colores y entre bebidas alcohólicas. De fondo, la tortura auditiva de esas canciones, que me recordaban a ese leve encuentro en la alacena; a ese perfume que tantas veces se impregno en mí, cual poderoso veneno, de esos que parecieran nunca salir de uno y que se esconden en lo más recóndito de cada célula.

Pero todo salió como esperábamos: Buen concierto y buenas críticas. El éxtasis llenó el lugar, dentro y fuera del escenario. Todo estaba bien, salvo lo interno. He de confesar que, por momentos, mientras soltaba notas musicales sin parar, cruzó por mi mente la vaga idea de que apareciera otra vez ahí. Manifestándose entre esos obscuros rincones o caminando y desapareciendo entre la gente, ¡Qué bueno que no fue así! No hubiera sabido cómo reaccionar, pero no podía cantar victoria todavía.

Regreso a casa como siempre después de estas batallas musicales: sudado y agotado, con horas de viaje como cualquier soldado regresando del frente, con el deseo de la calma que brinda el hogar. Cruzo la puerta y dejo mis cosas en el sofá de la sala.  Preparo algo de comer para recuperar la energía perdida, pero ¿cuál es la sorpresa ahora? ¡Que de nuevo llega ese perfume a inundar el ambiente! Trato de no hacer caso, pero por momentos, siento una presencia cerca de mí.

Me dedico a degustar mis alimentos con música de fondo para hacer el ambiente agradable, y esa terrible sensación de sentirla cerca desaparece. Si bien, en la noche sin electricidad se le sentía reconfortante y amigable, ahora es abrumante y agria. ¿Quizás la música de fondo la esté alejando? Ojalá y así sea siempre. Un domingo de descanso y distracciones, hasta que llegó la noche. Cerca de la medianoche, me meto a las cobijas, para por fin, descansar y dormir lo que me ha faltado estos últimos días. Cierro los ojos y quedo yo, en el silencio y la obscuridad unidos.

Iba cayendo en un sueño profundo cuando escucho ruidos dentro de la casa, pero no presto atención. Justifico, pensando que es el sonido de otra casa entrando a la mía. Me volteo medio dormido hacia la entrada de la recamara y, veo la puerta abierta. ¡NUNCA DEJO LA PUERTA ABIERTA! Me intento levantar, pero no puedo, siento algo que detiene mis brazos y paraliza mi cuerpo.

Al poder abrir los ojos y forzar la vista en la obscuridad, veo una silueta sobre mí. Su figura comienza a tomar forma de lo que alguna vez fue una mujer de carne y hueso. Ahora, es solo un terrible espectro, que con su mirada perdida y sus rostro desgarrado e hinchado, me observa, con una mirada que solo las bestias hambrientas pueden tener, babeando ese perfume que alguna vez fue placentero y ahora es nauseabundo. Siento esas frías manos deteniéndome y el peso de ese cuerpo muerto, inmovilizándome, hasta conseguir que no pueda mover ni un solo músculo.

Lucho por salir de ahí. Pienso en incorporarme y escapar de su cuerpo que está aprisionándome. De pronto, siento otro par de manos en mi garganta, impidiéndome hablar o gritar, asfixiándome lentamente, acabando con el aire que me queda. Al mismo tiempo, siento unos golpes en el pecho tratando de romper mis costillas. El dolor sube más y más, la asfixia es más intensa. Mis ojos lloran no de dolor; lloran de solo ver lo que pareciera ser la última imagen de mi vida. Es una imagen aterradora frente a mí, sonriendo, mientras está arrancándome la vida. Es un espectro deforme, enfermo y hambriento de almas que tomar, extasiado por romper sueños y destruir personas, apareciendo en ese momento vulnerable entre la obscuridad y la paz.

En ese momento de desesperación, con esfuerzo sobrehumano, alcanzo a rodar por la cama y caer al piso, liberándome de este ser. Solo siento un fuerte golpe en la cabeza y como entra un poco de aire a mis pulmones. Me levanto lleno de dolor y prendo las luces de la casa, lo cual hace que desaparezca momentáneamente, pero me da tiempo suficiente para recuperarme y esperar un posible nuevo ataque. En ese momento recuerdo algo que una vez leí sobre estas entidades, no sé si funcione, pero lo intentaré.

Busco los objetos que pueden tenerla amarrada a este mundo o, al menos, cerca de mí. Los tomo para destruirlos. Sí, la mejor opción es quemarlos, quitar cualquier vínculo que la ate a esta realidad. Me salgo al jardín y prendo el anafre con carbón y papel. El fuego alumbra la noche sobre toda la hierba y en cuanto crece como llamarada de dragón, echo todos aquellos recuerdos y cosas que todavía guardaba en ese cajón olvidado. Las llamas parecen devorar con alegría singular cada uno de esos objetos.

Me quedo inmóvil solo viendo el espectáculo.

Aún adolorido física y emocionalmente, observo ese fulgor y pienso ¿En qué momento lo que fue un ángel se volvió un terrible espectro? ¿Qué llevara a un alma a perderse en la corrupción y el odio? Y pienso en esa terrible sonrisa que no me puedo quitar de la memoria, macabra y aterradora, por decir lo menos. Espero a que el fuego consuma todo aquello, mientras respiro todo ese humo que se ha formado a la luz de la luna.

Regreso cojeando y lastimado de nuevo a la cama. Apago todo, menos la lámpara de la mesita de al lado, solo por precaución, e intento dormir. Ahora sí, no hay ruidos, no hay aromas ni nada fuera de lo normal. Me vence el sueño. Dulce sueño.

Han pasado algunas semanas de esto. Sigo convaleciendo de los golpes y el dolor de pecho, de la garganta, de los ojos que terminaron en una infección, de esa energía que perdí en esa pelea, y entendiendo que, a veces, solo hay maldad y no la podemos entender, irónicamente; y que sí, hay monstruos que desconocemos y que están acechando en la obscuridad, o quizás a la luz del día también. Mientras de fondo suena esa canción que dice: tengo tristes recuerdos que quisiera olvidar, a veces no encuentro el gusto, y no hay peligro, pero me asusto . . .

Y parafraseando algo que leí alguna vez, solo diré que cuando alguien me sonríe es para enseñarme con que me puede morder. Desconfiaré de las sonrisas en la obscuridad, como Alicia.

Josh Nébula

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Mexicano de nacimiento, músico profesional con más de 30 años de carrera, con estudios en el INBAL, Conaculta y Fonoteca nacional, principalmente involucrado en el rock original con varios discos grabados; también ha hecho participaciones en música para teatro, comerciales, cortometrajes y educación musical infantil. Cuenta además con estudios a nivel amateur en Cine, tanto particulares como en el CENART. Apasionado cinéfilo y fanático de la gastronomía.



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