No hubo nada natural en el laissez faire; los mercados libres
no hubieran podido surgir dejando simplemente que las cosas
siguieran su curso. Así como las fábricas de algodón […] fueron
creadas con la ayuda de tarifas protectoras y […] subsidios
indirectos a los salarios, el propio laissez faire fue puesto en
vigor por el Estado.
Karl Polanyi
-La Gran Transformación-
Desde aquí se ve tu casa, cabrón, si te fijas bien, allá, detrás de Gavilanes, donde están todos esos edificios igualitos, hasta el fondo, se ven las casas blancas y crema de tu privada, y fíjate en el centro, un poco a la izquierda, se ven las tejas anaranjadas de tu casa, muy apenitas, ¿las ves? Dice Osvaldo. La ventisca choca contra sus rostros levantando algo de polvo. Es una tarde de marzo, una de varias que se mostrarán nerviosas, traicioneras, que son parte de un día que se presentaba cálido y se ha transformado en un helado resoplar. Sus narices se encuentran enrojecidas. Pareciera que en el choque de tiempo y espacio hay murmullos en el aire que entre dientes dicen: esto es Zacatecas. Agustín entrecierra sus ojos, queriendo apuntar con su mira imaginaria allende las motas de casitas y multifamiliares en la zona de los Pirules y Gavilanes. Efectivamente, desde ahí se ve su tejado. Esto permite la ciudad, es decir, verla de orilla a orilla, así de corrugada y sinuosa como es.
Ahí donde están solo hay viento, uno que otro carro, que con marcha cansina busca algún domicilio, y el canto de los pájaros. Así son las colonias clasemedieras. Las Colinas, desde luego, no es la excepción, y al estar parados frente al porche de Osvaldo, sienten el sosiego de sus sueños vivos e intactos. Es cierto, algunos de sus amigos no viven más en la ciudad, se fueron a Monterrey o a Guadalajara a buscar mejor vida, o en los términos en los que ellos lo ven, a mendigar oportunidades en empresas ya creadas en esas urbes que ostentan capital fluyendo por sus venas de concreto. Sin decirlo abiertamente, pero sí en las divagaciones etílicas que sazonan los juegos de dominó en petit comité, los sienten traidores, perros hambrientos que mordieron la mano que les dio de comer, la de la ciudad que los hizo hombres. Agustín es quien, en esos momentos de sinceridad brutal, suele repetir la misma frase: se fueron porque según ellos, estamos en un pinche pueblo, no quieren poner la mesa, quieren una ya puesta para sus majestades.
Estos hombres se conocieron en el Colegio Juana de Arco cuando eran alumnos de secundaria. Mientras Osvaldo llevaba años ahí, lo que implicaba un grupo de amigos estable y la ventaja de conocer el ritmo de todo, Agustín fue inscrito luego de terminar la primaria en la escuela Soledad Fernández, una institución pública que siempre se ha caracterizado por albergar, entre otros, a muchos niños de familias de clase media. Ambos recuerdan el día en que se encontraron. Osvaldo fue el primer niño que le dirigió la palabra, en aquel colegio desconocido, al forastero Agustín. Ahora, de entre todos esos adolescentes, es el único que lo sigue haciendo, veintiocho años después. Amigos vinieron y se fueron, pero solo ellos siguen en contacto cotidiano. Su fidelidad hasta ahora ha demostrado ser a prueba del tiempo. Justo el de hoy, es un día más que comparten. Agustín se despide, se sube a su KIA azul marino y maneja de regreso a casa. Es hora de descansar luego de fantasear, como de costumbre, con grandes negocios, con un destino que premie su capacidad de resistencia.
Al día siguiente se levanta temprano, toma una ducha y baja al desayunador. Mayra, su esposa, le preparó unos huevos rancheros, frijoles refritos y un jugo de naranja, pero antes de probar bocado, le da un sorbo a la taza del café humeante que lo había aguardado durante los últimos cinco minutos. Está acostumbrado a no ponerle un solo gramo de azúcar. Sabe que necesita energía para llevar a los niños al colegio y de ahí presentarse a trabajar mejor que la semana anterior si quiere lograr, a sus cuarenta años, lo que siempre ha anhelado: un negocio que asegure el futuro de sus hijos. La fruta al centro de la mesa, como de costumbre, ni la toca. A veces Mayra ya no se molesta en siquiera sugerirle que la pruebe. Trece años de matrimonio carecen de sorpresas, la rutina se ha apoderado de sus mentes, la libido es una anécdota archivada en sus memorias. Saben bien que, ahora más que nunca, este es un juego de equipo. En consecuencia, Agustín lleva a los niños al colegio y los recoge, con ello, le resta presión a Mayra, quien ahora tiene el tiempo necesario para centrarse en crecer en el cargo que le consiguió Don Raúl, su padre, un alto funcionario en el ya lejano gobierno de Arturo Romo.
El IEZ queda muy cerca, por ello los niños siempre salen faltando diez minutos para las ocho, mientras Agustín espera en el auto con el motor encendido. Esto es más que suficiente para abandonar Lomas de Galicia, conducir por la Avenida Solidaridad y dejar a los niños en la puerta de la institución, luego de tronar un beso en sus mejillas y de entregarles sus mochilas. Siempre es la misma cantaleta: yo vengo por ustedes, si me tardo un poquito, no se desesperen. No se vayan solos ni con nadie extraño. Los amo. Aunque tiene la seguridad de que en la pandemia todo está más controlado. Entonces se dirige a su oficina ubicada en la Avenida Pedro Coronel, a cinco minutos de la escuela. Cuando llega, ya están esperándolo con información del día y otra taza de café. Vender software de sistemas contables, así como equipo de cómputo, al principio fue una gran apuesta, una que requirió noches de insomnio y tardes con una ansiedad hasta el tuétano. Ahora está en puerta un gran negocio, solo es cuestión de que con el esfuerzo de Mayra y su propio tesón, las cosas se den.
La información que tiene en sus manos es la misma que cotidianamente ha manejado para mantenerse a flote en los diez años que lleva de esforzado emprendedor: cotizaciones de pequeños comercios que nacen por vil ignorancia o esperanzados en historias de negocios en otras latitudes del país o del mundo. Habrá que hacerles llamadas y hasta visitas personales, ya se sabe el método. Un tanto de este esfuerzo constante y otro tanto de lo aportado por los padres de Mayra, les permitió adquirir esa linda casa que aún siguen pagando. Él sabe que será un acto heroico el día que su mujer vaya a platicarles a sus suegros que por fin les pertenece la casa, y que hay muchos planes en puerta para crecer en el mundo de los negocios. Ese día experimentará lo que es tener la moral hasta arriba, justo como nunca se ha sentido ante una situación de constante tensión por el movimiento soso de la economía zacatecana. Añora la mirada de reconocimiento de quienes le han dicho, una y otra vez, que mejor aproveche a su red de conocidos para apoderarse de algún cargo en el gobierno, o que busque una oportunidad en alguna de la grandes empresas que han venido a invertir en el sector industrial. Él solo tiene un sueño: no depender de nadie, ser libre, que sus decisiones lo metan al barro o lo lleven a la nubes, pero que sean suyas.
Tan solo ayer Osvaldo y él hablaban de la libertad, de lo que es tener güevos para emprender en Zacatecas y no morir en el intento; del esfuerzo que se debe poner y la tensión que se debe estar dispuesto a soportar ante tiempos prolongados con bajos ingresos, mientras la cultura de la clase media, en la que la propia familia está inmersa, empuja a la creación constante de necesidades, a la obtención de símbolos que representan el estatus ganado a pulso, ¿cuál? El de ganador. Sus pequeños requieren aparatos electrónicos; su mujer, enseres para el hogar y ropa. Todos claman por viajes en las vacaciones. Por todo ello es un gran alivio el cambio de administración, pues tomaron el poder algunos hijos de viejos amigos de Don Raúl. Mayra por fin es una fuente de recursos y la vida pinta mejor, por lo menos en el tema del estrés. Además ya está todo preparado, solo hay que seguir el plan, primero, obviamente, inscribirse a Compranet. No es que Agustín no supiera la ruta desde años atrás, otros conocidos lo han hecho. Simplemente hasta ahora se le ha abierto la rendija y no piensa desaprovechar el momento: buscará ser proveedor del gobierno estatal, ahora sí hay sonrisas detrás de los escritorios.
Mientras Agustín revisa los documentos que le fueron proporcionados, esperando una llamada relacionada con el gran negocio que tiene en puerta, Osvaldo dialoga con sus proveedores en el mercado de abastos. Acaban de subir los precios de varios vegetales y es algo que él no veía venir. Últimamente la cosa no ha ido muy bien en medio de esta maldita pandemia, y en ambos restaurantes apenas alcanza a cubrir sus costos fijos y a tomar un piquito para lo básico. Por suerte para él, al final decidió no casarse el año anterior, si no, estaría en graves problemas económicos teniendo qué mantener un estatus que seguro se le hubiera exigido. Ahora se encuentra en medio de unos nubarrones que a veces no lo dejan dormir, pero sabe que se salvó de estar bajo una tormenta que hubiera sido doblemente funesta. A pesar del dolor, a veces, ahí sumido en la almohada, le agradece su infidelidad a Elena. Por lo menos un hecho cuasi grotesco, dada la cercanía del enlace, lo dejó sin una carga que se presumía para toda una vida. Ahora está ahí, manoteando en el abastos, tratando de obtener precios más justos, mientras el dueño de la bodega y sus ayudantes solo lo miran cruzados de brazos, esperando a que se desahogue. Pareciera que comienzan a presenciar tal rutina actoral con cierta cotidianidad. Son muchos los restaurantes que ya han quebrado.
Regresa, pensativo, a su restaurante del Boulevard López Portillo, ahí es donde tiene su oficina. A la sucursal del centro solo pasa un par de veces al día, a veces tres. En su cabeza empieza a rodar la idea de, luego de doce años, cerrarla definitivamente. Piensa en sus trabajadores, piensa en el día de su apertura, en sus grandes momentos durante las semanas culturales y demás festivales organizados por el gobierno. Piensa en los turistas que pasaron buenos momentos, hasta en las visitas que llegaron a hacer personas famosas como Tania Libertad, Rubén Blades o Zaz. Fueron momentos en los que él sentía que tocaba el cielo, que había burlado al sistema económico de la ciudad, que aquellas reglas de la economía de subsistencia no aplicaban para él. Así compró su casa y así, durante años consecutivos, cambiaba de vehículo. Sabía que él no había tenido que huir a ningún lado para conseguir lo que le habían inculcado en su familia y en el Tec de Monterrey, lo que ambicionaban todos sus amigos cuando llenos de acné salían a los antros de moda y se deslumbraban con autos y chicas.
Siempre fue el tipo con suerte, el que consideraban carita las pubertas; el que veían prometedor las universitarias; el que salía como un gran partido en las revistas de sociales de la ciudad, esas hechas para una clase media ambiciosa y superflua. El amor nunca le faltó hasta que Elena lo dejó en ridículo frente a la gente que ambos conocían. Desde el día que furioso rompió el compromiso, nació una tremenda inseguridad en su mente, su vastedad se esfumó. Ya no puede confiar en nadie, solo en sus padres y en Agustín. Las chicas, por ahora, no son opción para buscar senderos plausibles hacia una felicidad que él considera vana. Elena se llevó esa parte de su alma, y la única vez que la volvió a ver, accidentalmente, en el estacionamiento del Sam’s, solo atinó a voltear la cara e introducirse rápidamente en su vehículo, mientras la sutura de su corazón volvía a abrirse. Al recordar ese episodio, al revivir cómo apresuró su marcha para abandonar cuanto antes el lugar, experimenta el vacío que produce la zozobra ufana. Han sido muchos momentos de verse apretado, es cierto, incluyendo la economía estacional de su giro mercantil, pero nunca antes la derrota lo había visto a los ojos.
Ahora no sabe si pedir un préstamo, solo lo hizo para abrir el primer restaurante y sus padres lo apoyaron para liquidarlo. Un segundo préstamo, sobre todo en la actual situación, es algo que no pensaría, siquiera, en otro momento, pero es tal su desesperación que ahora solo busca comprar tiempo. En su mente habita una idea estoica que lo invita a seguir pensando en soluciones: ya vendrán tiempos mejores, no te rindas, no es momento. No le des el gusto a todos aquellos que te dijeron algún día que mejor te fueras. Sin embargo, la duda ya está en su mente. Por primera vez piensa en California, en aquel Zacatecas tránsfuga, donde está la diáspora concentrada, pero pasan unos segundos y vuelve a centrarse en su realidad. Había estado perdido en su mente, posando su mirada en una foto de su abuelo, pero sin verla realmente. Ahora recuerda que tiene un compromiso moral con su ascendiente, que debe buscar el éxito económico a manera de homenaje. Aún queda un pequeño ahorro en el banco, su resto, pero sabe que es momento de echar mano de ello aunque pueda ser insuficiente. Definitivamente no cerrará ninguna sucursal y espera no verse obligado a pedir algún préstamo. Ya Dios dirá.
Por ahora sabe que debe bajar costos, y tendrá que empezar por los insumos de cocina. Saca su agenda y comienza a llamar a otras bodegas en el mercado de abastos. También busca nuevos proveedores de agua purificada y queso. Llama al centro y da instrucciones: si el restaurante no tiene clientes, mantengan apagados los televisores. Además hace una reunión con el personal de cada restaurante y les comenta que será necesaria una rotación para cubrir medias jornadas. Por ahora no puede pagarles la jornada entera, así que es mejor turnarse hasta que las cosas comiencen a recomponerse. Todos sacrificarán algo, este es el momento. Además, decide centrarse en el mercado de comida para llevar, y comienza a utilizar promociones a través de las plataformas de entrega a domicilio. Conforme pasan los días, y estos se agrupan en semanas, el negocio, poco a poco, comienza a enderezar su rumbo. ¡Vaya sacrificios en el último mes y medio! Sin embargo, ahora está seguro: no será necesario cerrar ninguna sucursal ni endeudarse. Ha comprado el tiempo que necesita mientras la maldita pandemia amaina.
Si bien Osvaldo batalló para salvar al barco de su encalle, en estas semanas Agustín estuvo apostándolo todo, intentando amarrar el trato que muchos empresarios zacatecanos tienen como impronta en su ADN: vender volumen al gobierno por lo menos en lo que dura un bendito sexenio. Es bien sabido que, correctamente ejecutado el plan, ello representa el boleto al siguiente nivel, a la movilidad social meteórica. Sin embargo, Agustín no sabía bien qué encontraría. Aquel día en el que esperaba una llamada, finalmente su teléfono celular sonó, era Mayra: amor, por fin me confirmaron la entrevista con el Secretario de Finanzas, ¡llegó nuestra gran oportunidad! Será el día de mañana a las once. Te recibirá en su oficina. ¡Ya está confirmadísimo por su Particular! Al escuchar esto, las manos le sudaron y su corazón latía a un tempo prestissimo. Solo atinó a decir: gracias mi amor, deja preparo todo, gracias por conseguirlo tan rápido. Entonces colgó y su mente comenzó a revolotear. Repentinamente, todo su sistema nervioso era sobre estimulado por la adrenalina y tuvo la impresión de que el mundo era mucho más pequeño y dócil. Esa noche la pasaría casi en vela.
Eran las once menos diez y Agustín llegó a la antesala del señor Secretario. Vestía un traje azul marino que solo podía ser rastreado en las fotografías de un par de bodas. Su aspecto de businessman era impecable. Llevaba incluso un portafolios negro, de piel. Traía una presentación preparada, pero también un engargolado con proyecciones de ahorros generados por su sistema contable. Además, incluía propuestas para ofrecer paquetes de equipo por volumen, según la capacidad requerida y el uso que quisieran darle. En la estancia se encontraba el Particular, quien cotejaba con una secretaria algunos documentos. Agustín permaneció un minuto ahí, de pie, en el umbral, hasta que el hombre levantó su mirada y, apenado, le pidió tomar asiento. Gracias Sofi, le dijo a la secretaria al tiempo que le sonreía. Ella salió del lugar embriagada en su juventud, contoneándose. En cuanto la chica desapareció por el marco de la puerta, el hombre saludó formalmente a Agustín: ¡Buenos días! ¿Cómo estás, Agustín? ¿Ya listo? Agustín sonrió y asintió con la cabeza. ¿Cómo está don Raúl? Esta no era solo una pregunta, era la clave de entrada a una cofradía. Agustín comprendía que ahí no estaba sentado él, sino su suegro. Transcurrieron quince minutos entre anécdotas relativas al grupo político de don Raúl, de cómo el padre del Particular fue su compañero de legislatura, de lo que se esperaba en la actual administración y hasta algunas sentidas reflexiones sobre la situación social. Sonó entonces el teléfono; el servidor público rápidamente atendió: claro que sí, ya le digo que pase. Adelante Agustín, no te preocupes, ya está todo cocinado. Le cerró un ojo y se sumergió en la agenda que tenía abierta sobre su escritorio.
Agustín se levantó, acomodó su saco y se inclinó un poco a fin de recoger el portafolios. Ya erguido, centró su corbata. Con paso semilento se acercó a la puerta de caoba y giró la manija. Al abrir vio al tipo que solo conocía a través de los diarios. Era más joven en persona, probablemente más joven que él. Se veía seguro y señorial detrás de ese escritorio portentoso, lleno de papeles y con una gran pantalla de computadora, angulada. El Secretario le sonrió en cuanto cruzaron miradas y lo invitó a sentarse en alguna de las dos sillas que estaban frente a su escritorio. Su cortesía era tanta que incluso se disculpó por su demora, excusándose con la recepción de una llamada del mismísimo Gobernador. Ante esto, Agustín tenía una sensación de incomodidad, como si estuviera siendo parte de una pantomima, pero era su oportunidad y debía aprovecharla. Ya cómodamente sentado, comentó que no quería robar mucho tiempo, que comprendía la agenda apretada del Secretario, y enfatizó que tenía una oferta que generaría ahorros para el gobierno. Entonces sacó una memoria USB y preguntó si podía exponer su propuesta con la ayuda de una breve presentación. El Secretario amablemente colocó la memoria en el puerto de la computadora, y luego de preguntar por el nombre del archivo, él mismo la abrió y acomodó su gran pantalla para que ambos pudieran verla. Después le acercó el teclado a Agustín.
La exposición duró diez minutos, mismos en los que el Secretario de vez en cuando miraba su celular. Inmediatamente después, Agustín sacó su engargolado y lo puso sobre el escritorio, pero antes de poder hacer referencia a la información ahí contenida, el Secretario le preguntó: ¿Cuánto nos costaría comprar e instalar este sistema en las coordinaciones administrativas de todo el gobierno estatal? Agustín dudó. No sabía que se consideraría la instalación en todo el gobierno. No tenía ni idea de cuántas oficinas serían. Era un dato que ahora resultaba tan obvio pero que él había pasado por alto. Al ver la duda en los ojos de Agustín, el Secretario sonrió y le dijo: mira, no te preocupes, don Raúl es muy amigo nuestro, conoce al padre del señor Gobernador. Sí necesito esta información para hacer el movimiento, obviamente, pero ya es un hecho. Ya habíamos cotizado en Guadalajara, e incluso tienes un competidor en la ciudad que estuvo con nosotros la semana pasada. Mientras comentaba esto abrió un folder amarillo y sacó un juego de hojas unidas por una grapa. Aquí está la propuesta de ambas empresas, revísala. ¿Qué necesito? Que me des buen precio, tan buen precio que alcance para todos. El chiste que es todos salgamos beneficiados. Será un trato ganar-ganar, ¿entiendes? Agustín ahora experimentaba en carne propia lo que varios conocidos le habían platicado desde hace años. Entonces solo atinó a preguntar de cuánto sería el beneficio, y el Secretario, con un rostro relajado, le dijo: quince por ciento. Ese sería el porcentaje que el gobierno del estado (el Gobernador, el Secretario o ambos) cobraría por hacer la transacción con él. Hay que registrarse en Compranet, si no lo has hecho, le diré a Manuel, mi Particular, que te dé un instructivo, agregó, para luego extender la mano y con una gran sonrisa dibujada en su rostro, ponerse de pie y despedir a Agustín, no sin antes hacerle una última petición: me saludas mucho a Don Raúl.
Al salir de la oficina, el Particular ya tenía listo un tríptico con un instructivo para darse de alta en Compranet, una plataforma diseñada para legitimar las compras gubernamentales en un país en el que la gran mayoría de ellas son asignaciones directas. Una vez en el estacionamiento, camino hacia el KIA azul marino, Agustín sentía que sus pulmones acumulaban el doble de oxígeno y que el canto de los pájaros, al surcar el cielo azul, representaba una oda a la victoria. Gracias Dios, ya lo merecíamos, pensó aquel afortunado día, y entonces su boca resopló, intentando extraer la picazón que sentía en su estómago. Todos estos años de sacrificios, de mantenerse al pie del cañón, de sufrir la inevitable comparación con los amigos y conocidos que estaban en el gobierno, en una mina o en alguna de las plantas que se yerguen rumbo a Calera y Fresnillo, ahora se volvían los escalones necesarios para subir a ese momento, a ese tiempo y espacio, que lo conduciría, estaba convencido, a la puerta del éxito indiscutible.
Hoy, ocho semanas después de ese día, se vuelven a encontrar los amigos. Ambos por fin están tranquilos: uno debido al inicio de la instalación de su software en cuatro dependencias; el otro, por la operación estable de sus dos restaurantes sin haber solicitado crédito alguno. El punto de reunión es el café Emilia, ubicado en la Alameda. A Osvaldo le pareció extraño cuando Agustín le llamó para citarlo expresamente ahí. Jamás se habían visto en ese lugar. Cuando llega, ve una pequeña estancia flanqueada por un par de habitaciones vintage, con arte en sus muros y un aire intelectual. La sensación es de parsimonia, definitivamente, un buen lugar para conversar. Como la habitación de la izquierda es más espaciosa, decide entrar ahí y elige la mesa pegada a la ventana para poder admirar a los transeúntes entre los árboles y bancas de cantera. No tarda mucho en llegar Agustín. Ambos piden un capuchino caliente y unas galletas.
¿Qué te parece? Está chingón este café, ¿no? Hace unos días me trajeron y me gustó, dice Agustín. Osvaldo está de acuerdo, sigue sintiendo tranquilidad y porfía en su inmersión a un ambiente acogedor. Además solo hay otra mesa ocupada al extremo opuesto de la habitación, donde se hablan al oído un par de novios ensimismados. Los amigos, entre sorbo y sorbo, aprovechan para ponerse al día. Los meseros observan sus gesticulaciones amables y simpáticas. Es evidente que son personas muy cercanas. De vez en cuando alguno de ellos, o los dos, suelta alguna carcajada con el rostro enrojecido. En la mesa estos hombres no son conscientes de su locuacidad indiscreta. Están centrados en disfrutar sus exageraciones, imitaciones, chismes e ironías. Así trascurren un par de horas, hasta que finalmente, con un segundo café de testigo, llegan a la situación actual de cada uno de ellos. Osvaldo se apasiona explicando cómo es que evitó solicitar un préstamo, cómo es que con su perspicacia bastó para salvar sus negocios del naufragio, y lo más importante, sin deberle nada a nadie, ni siquiera a sus empleados. Agustín escucha atentamente, pero sabe que su historia es mejor. De los dos, es el que por fin estará en el mundo que tanto fantasearon en sus francachelas. Cuando es su turno, comienza diciendo: ya chingamos Mayra y yo. ¿Cómo? ¿Por qué? Pregunta Osvaldo. Resulta que mi suegro nos consiguió una entrevista con Patiño, el Secretario de Finanzas, y ahí me tienes todo nerviosillo. Preparé una presentación y hasta un engargolado. Nomás me dio tiempo de exponerle a madres. El engargolado ni le interesó, y básicamente me dijo que el business ya estaba hecho. Todo quedó en el quince por ciento. ¡Ah caón, pues te fue bien güey! Comentó Osvaldo, y agregó: supe que andan como perros pidiendo el veinte. Se quedaron callados algunos segundos y entonces Agustín espetó: si quieres, me muevo para que consigas algo, por ejemplo, banquetes o eventos en el Palacio de Convenciones. Nomás, obvio, te mochas. Osvaldo, en fracción de segundos, sintió una lanza que rompía años de amistad y atravesaba su corazón. ¡Ah caón! ¿Cómo? ¿No me harías el paro así nomás? Pero Agustín, sin inmutarse, siguió con su punto: no seas sentido cabrón, me pasas un tres por ciento de lo que ganes, no seas chillón. El amigo que le fue fiel toda la vida, parecía diluirse entre emociones disparatadas a causa de un supuesto poder y, sobre todo, del dinero. Osvaldo no pudo evitarlo, su rostro se mandaba solo y aparecieron algunos gestos mustios. Trató de suavizar el momento con alguna broma de mal gusto que no hizo más que evidenciar su decepción; así que Agustín, quien a todas luces había pensado en su propuesta desde antes del encuentro, concluyó su invitación de manera demoledora: Se dice que Benjamin Franklin acuñó la frase Time is Money, pero tú y yo sabemos que eso no es cierto, por más activo que estés, por más empeño que le pongas, por más temprano que te levantes, en Zacatecas eso no funciona. ¡El tiempo no es dinero, los contactos son dinero, esa es la verdadera frase! Yo los tengo ahora y te los ofrezco, pero no hay ninguna obligación. Al darse cuenta de la rispidez de su amigo, de cómo en unos segundos todo se había tensado, Osvaldo cambia hábilmente de tema y pide dos chapatas de arrachera. Paulatinamente se va alejando la propuesta espinosa y, con la cena, las cosas vuelven a ser tersas.
La noche se exhibe a través de la ventana, cubriendo con su manto estrellado a la Alameda. Los faroles ya están encendidos, iluminando el parque de un naranja tenue. Ya muy pocas parejas y corredores con sus perros disfrutan de los jardines, árboles y pasillos. Es momento de pedir la cuenta. Osvaldo se adelanta y paga. Luego los amigos se despiden con un abrazo al pie de la escalinata del Emilia. Ambos se percatan de que sigue habiendo tensión en sus cuerpos, una suerte de incomodidad por mostrar un afecto que no emerge, esta vez, desde el corazón.
Mientras Osvaldo camina hacia su carro, cavila sobre la propuesta de Agustín. Está muy confundido. Sabe que es una oportunidad, incluso fantasea con que, tal vez, se le cobre tan solo el quince por ciento, y con la cuota del tres que quiere su amigo, de todos modos sería dos por ciento menor a lo que, supuestamente, le están cobrando a proveedores y contratistas del gobierno. Sin embargo, no puede evitar la tristeza de ser tratado como un extraño. Toda la vida pensó que eran como hermanos, ahora sabe que los tiempos han cambiado entre ellos. Sin embargo, la ironía de todo esto es que su desazón no alcanza a llenar de tal calidez su pecho, que finalmente comprenda la gran lección del episodio: el capitalismo zacatecano de los peces gordos, donde intentará navegar toda su vida, es el arreglo de los competidores desleales. Nunca se dará cuenta, nació y creció entre conversaciones de sus padres, amigos y conocidos, quienes nunca vieron mal el control del mercado, siempre y cuando las mieles de ello se derramaran en sus vidas. Su indignación no tiene que ver con la forma de hacer negocios, sino con la manera en que su casi hermano quiere hacer negocios con él. De repente, desea incluso que algún día un conocido llegue a una posición estratégica del gobierno y lo redima. En su trayecto de regreso a Las Colinas, ignora que esta fue la última vez que departió con Agustín. Se ha abierto una grieta insondable entre los dos, su camino se ha bifurcado para siempre.
Mauricio Federico Del Real Navarro
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Zacatecas, Zacatecas, 1982. Doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de México. Amante del estudio de los fenómenos sociales y su inclusión en el mundo literario. Poeta aficionado.